Ángelus del domingo 26 de agosto de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Domingo 26 de domingo de 1979

"Levavi oculos meos in montes... Alzo mis ojos a los montes..." (Sal 121/120, 1).

Estas palabras del Salmista me vienen espontáneas a la mente con ocasión del rezo del "Angelus" junto con los que se han reunido aquí para participar en esta oración del domingo, y con quienes están unidos a través de la radio y la televisión en todo el territorio italiano o en otros países.

Nos ha congregado a todos aquí el recuerdo del Papa Juan Pablo I, el primero que tomó, después de su elección a la Sede de San Pedro, los nombres de sus dos Predecesores. Nos ha traído aquí el recuerdo del día de su elección, porque hace exactamente un año, el día 26 de agosto, hacia las seis de la tarde, el cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia, terminado el escrutinio, a la pregunta del cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana de si aceptaba la elección, respondía con voz humilde: "Acepto". Recuerdo que él, al dar la respuesta, sonreía como hacía siempre. Y la Iglesia, huérfana después de la muerte de Pablo VI, tenía de nuevo Papa.

He sentido en mi corazón una necesidad especial de venir, precisamente hoy, primer aniversario de la elección de Juan Pablo I, aquí, a su tierra natal entre estas montañas, desde las que el Señor envió a Roma a su siervo.

Estas montañas, donde él nació, me recuerdan también las montañas de mi tierra natal. Y me recuerdan Jasna Góra (Monte Claro), donde precisamente hoy se celebra solemnemente la fiesta de Nuestra Señora de Jasna Góra.

Pero estos montes recuerdan sobre todo a Juan Pablo I el cual, en el momento en que, a través de los votos de los cardenales reunidos en Cónclave, se manifestaba la voluntad del Señor, levantaba los ojos de su alma a lo alto y encontraba la respuesta a la pregunta que le había dirigido la Iglesia: ¿aceptas? "Levavi oculos meos in montes, / unde veniet auxilium mihi? / Alzo mis ojos a los montes, / ¿de dónde me vendrá el auxilio?"

2. Se ha hablado y se ha escrito mucho sobre este Cónclave que, después de los quince años del pontificado de Pablo VI, fue convocado para elegir a su sucesor. El Colegio Cardenalicio era más numeroso que nunca. De hecho, Pablo VI, había realizado de manera definitiva su internacionalización. Era, pues, muy distinto de los anteriores. A muchos les parecía que este hecho iba a hacer difícil y más largo el Cónclave. En cambio, ya al atardecer del primer día, en el cuarto escrutinio era elegido el nuevo Papa.

Esto ha demostrado que, por encima de las previsiones humanas y de todas las circunstancias objetivas que humanamente parecían difíciles de superar, actuó desde lo alto la Luz y la Potencia, actuó el Espíritu Santo al que los electores querían ser absolutamente obedientes. Toda la Iglesia vio en la elección de Juan Pablo I el signo de esa acción divina y se alegró por la presencia del Espíritu Santo que viene "de lo alto" para soplar donde quiere (cf. Jn 3, 8); a fin de que continúe en toda la Iglesia la certeza de su acción y la prontitud en la sumisión a sus santos dones.

3. "Levavi oculos meos in montes".

Viniendo hoy a esta magnífica cima de las Dolomitas, en el transcurso de la peregrinación a los lugares del nacimiento y de la juventud de Juan Pablo I, llamado por el Padre celestial después de treinta y tres días de ministerio pastoral en la sede de San Pedro, deseo elevar, junto con toda la Iglesia, los ojos hacia Aquella cuya imagen domina desde hoy cual espléndida corona las cumbres de las Dolomitas.

Dirijan a Ella su mirada llena de amor y de esperanza todas las Iglesias, toda la tierra y todos los hombres.

Así la mira mi tierra natal de Polonia, al celebrar la solemnidad de la Madre de Jasna Góra.

Del mismo modo eleva también su mirada hacia María toda la tierra italiana, desde el sur hasta el norte, a estas montañas. Efectivamente, han pasado ya veinte años desde la solemne consagración a la Madre de Dios, hecha el mes de septiembre de 1959, tras el paso triunfal por las ciudades italianas de la Virgen peregrina, que había venido desde Fátima.

La estatua de la Madre de Cristo sobre la cumbre de las Dolomitas recuerde esa consagración la renueve y la vivifique.

El hombre moderno debe alzar la mirada y elevarla hacia arriba. Cada vez siente más insistentemente el peligro del exclusivo apego a la tierra. Y tanto más fácilmente se alza la mirada hacia arriba, cuando nuestros ojos se encuentran con esa dulce Madre, que es toda Ella sencillez y amor; Ella, la humilde esclava del Señor.

Y por esto, al recordar el primer aniversario de la singular elección del Papa Juan Pablo I a la sede de San Pedro, dejamos este signo de la maternal presencia de Ella en la tierra que lo vio nacer. Dejamos este recuerdo: la estatua de la Madre de Dios aquí en esta cadena de montes, para que abrace desde aquí a toda Italia. Para que proteja los corazones de todos los hombres, que desde esta tierra elevan la mirada hacia Ella.

Para todos los que quieren caminar por los senderos de la fe, de la esperanza y de la caridad, para todos los que sienten el misterio de Cristo en la historia del hombre, unido con el patrimonio espiritual de la Sede de San Pedro, sea éste el día de la bendición y de la gracia.

© Copyright 1979 - Libreria Editrice Vaticana