Ángelus del domingo 26 de julio de 1987

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 26 de julio de 1987

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Dirigimos hoy nuestro pensamiento al santuario de Fátima en Portugal.

Como sabéis, este año se celebra el 70 aniversario de las apariciones de la Virgen a los tres niños. He tenido la alegría de ir personalmente en peregrinación, el 13 de mayo de 1982, a ese glorioso y célebre lugar mariano, meta de multitudes innumerables, provenientes de todo el mundo. Fui allí "con el Rosario en la mano, el nombre de María en los labios y el canto de la misericordia en el corazón", como dije en la vigilia de oración que se celebró en aquella ocasión en Fátima.

En la homilía de la Misa recordé que, según la enseñanza constante de la Iglesia, la revelación de Dios se cumplió en Jesucristo, que es su plenitud, y que las revelaciones privadas deben ser valoradas a la luz de esa revelación pública. Lo que ha inducido a la Iglesia a acoger el mensaje de Fátima es sobre todo la constatación de su conformidad con la enseñanza del Evangelio. El núcleo esencial del mensaje de Fátima es la llamada a la conversión y a la oración, lo cual constituye precisamente la insistente invitación de Cristo en el Evangelio.

2. Las apariciones de María Santísima en Fátima, comprobadas por signos extraordinarios, en 1917, forman como un punto de referencia y de irradiación para nuestro siglo. María, Nuestra Madre celestial, vino para sacudir las conciencias, para iluminar el verdadero y auténtico significado de la vida, para estimular a la conversión del pecado y al fervor espiritual, para inflamar las almas de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo. María vino a socorrernos, porque muchos, por desgracia, no quieren acoger la invitación del Hijo de Dios para volver a la casa del Padre.

Desde su santuario de Fátima, María renueva todavía hoy su materna y apremiante petición: la conversión a la Verdad y a la Gracia; la vida de los sacramentos, especialmente la penitencia y la Eucaristía, y la devoción a su Corazón Inmaculado, acompañada por el espíritu de sacrificio.

3. ¡Escuchemos la voz de la Madre del Cielo! ¡Que la escuche toda la Iglesia! ¡Que la escuche la humanidad entera, porque María Santísima sólo quiere la salvación eterna de los hombres, según el designio de la Providencia divina!

Dirijamos a la Virgen de Fátima nuestros espíritus confiados y recémosle con las palabras que pronuncié ese día ante su imagen en el acto de consagración: "¡Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy... del hambre y de la guerra líbranos... de los pecados contra la vida del hombre... del odio y del envilecimiento... de toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional. Líbranos de la tentativa de ahogar en los corazones humanos la misma verdad de Dios... de la facilidad de pisotear los mandamientos!... ¡Que se manifieste, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder del Amor misericordioso!... ¡Que en tu Corazón Inmaculado se revele a todos la luz de la esperanza!', (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 23 de mayo de 1982, pág. 7).

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