Ángelus del domingo 27 de septiembre de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 27 de septiembre de 1981

1. "¿Qué os parece?" ―pregunta Cristo en el Evangelio escrito por Mateo y leído en este domingo― "¿Qué os parece?". "Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en la villa. Él le contestó: Voy, Señor. Pero no fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?" (Mt 21, 28-31).

Cristo comienza y termina con una pregunta. La respuesta a esta pregunta es fácil. Los oyentes responden que "el último" ha realizado voluntad del padre.

Así pues, este domingo ―como el domingo pasado― escuchamos algunas palabras evangélicas sobre la viña y el trabajo.

2. ¿Qué es el trabajo?

Contestemos una vez más a esta pregunta, recordando ante todo que es colaboración con Dios en el perfeccionamiento de la naturaleza, según el precepto bíblico de someter la tierra (cf. Gén 1, 28). El Creador quiso al hombre explorador, conquistador, dominador de la tierra y de los mares, de sus tesoros, de sus energías, de sus secretos, de manera que el hombre recupere su auténtica grandeza de "partner de Dios". Por esto el trabajo es noble y sagrado: es el título de la soberanía humana sobre la creación. El trabajo, además, es medio de unión y de solidaridad, que hace a los hombres hermanos, los educa en la cooperación, los fortalece en la concordia, los estimula a la conquista de las cosas, pero sobre todo de la esperanza, de la libertad, del amor. Mediante las divisiones funcionales de la producción el trabajo puede crear un tejido de colaboración consciente y compacto, y hace a la sociedad más armónicamente operante hacia la meta de un orden insto para todos. Por todo esto la Iglesia lo estimula y lo bendice.

3. La pregunta sobre la naturaleza del trabajo nos la planteamos en relación con el 90 aniversario de la Encíclica Rerum novarum del Papa León XIII. Ahora nos hacemos esta pregunta en relación con el Evangelio de la liturgia de hoy. Cada uno de nosotros es uno de los que sienten la llamada del Padre dirigida a los dos hermanos: "Ve hoy a trabajar en la viña" (Mt 21, 28) Y cada uno de nosotros, después de haber oído la llamada, puede comportarse como el primero o como el segundo de ellos.

La parábola evangélica enseño que en el trabajo se contiene una respuesta, que el hombre da a Dios con toda su vida y su comportamiento. El trabajo tiene su sentido no sólo en la construcción de la "ciudad terrestre", sino también en la construcción del Reino de Dios.

4. Hace dos años, en los últimos días de septiembre, visité Irlanda. Hoy recuerdo esa visita, a la que ya se ha dado respuesta bastantes veces correspondiendo con visitas a Roma. Pienso sobre todo en las peregrinaciones de jóvenes el año pasado y este año: el año pasado acompañados por el arzobispo de Dublín, y este año por el cardenal Primado de toda Irlanda.

Estos encuentros me permiten constatar de nuevo la fe viva y ferviente de la Iglesia en Irlanda.

Y estos encuentros evocan también los grandes sufrimientos de la Iglesia y de la sociedad "de la isla Verde".

Quiero recordar lo que dije a este propósito, hace dos años, en Drogheda. Y ello es tanto más actual, cuando nos damos cuenta de que ya han muerto 10 jóvenes en las llamadas huelgas de hambre, y mientras tanto ha aumentado también el número de las otras víctimas de los desórdenes y de la violencia fratricida.

Me siento cercano con el afecto y el estímulo a cuantos trabajan para que se termine semejante situación y especialmente a mis hermanos en el Episcopado, los cuales, con ejemplar diligencia pastoral, están trabajando para ello.

Oremos hoy por Irlanda. Oremos para que la situación de tensión pueda encontrar su solución justa. Recemos a Cristo y a su Madre.

5. Al recordar, en el mismo contexto, mi visita a la Sede de la ONU, invitado por el Secretario General de dicha Organización, deseo de todo corazón dar mi apoyo a todos los esfuerzos que miran a asegurar la paz en el mundo. Es problema de fundamental importancia que se entablen diálogos por la causa de la paz, especialmente entre las partes de las que más depende esta causa. Como dije en aquella ocasión, dirigiéndome a los responsables de los Gobiernos y de las Naciones, es "necesario un continuo, más aún, un esfuerzo cada vez más enérgico, que tienda a liquidar las mismas posibilidades de provocación de la guerra, para hacer imposibles los cataclismos" (núm. 11). La causa de la paz "se construye con la unión de los hombres en torno a lo que es el máximo y más profundamente humano, que eleva los seres humanos por encima del mundo que los rodea y decide su indestructible grandeza" (núm. 16).

6. Y ahora, cuando dentro de poco recemos el "Ángelus", quiero recordar de manera muy especial el aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo I, a quien el Padre celeste llamó a Sí el 28 de septiembre de 1978, después de sólo 33 días de ministerio en la Sede Romana de San Pedro. Durante esos pocos días pudo, como dice la Escritura, realizar un largo camino: "explevit tempora multa" (Sab 4, 13). Por amor, el Señor lo había llamado a la Sede Romana y, por amor, lo llamó de nuevo a su Reino. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

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