Ángelus del domingo 28 de agosto de 1983
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 28 de agosto de 1983
1. Escuchemos de nuevo hoy el cántico de júbilo de la Virgen: "Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva... ha hecho en mí maravillas el Poderoso" (Lc 1, 46b-48a.49a).
Ya en la Alianza Antigua, gozo y acción de gracias son la respuesta habitual de todo el pueblo y de cada uno de sus miembros, cuando Yavé interviene en su favor. De modo que en la literatura del Antiguo Testamento florecen cantos de agradecimiento de toda la asamblea de Israel (Ex 15, 1-18. 20-21; Is 61, 10-11...) y también de personas individuales (1 Sam 2, 1-10; Jue 5, 1-31c; Is 38, 9-20; Jon 2, 2-10; Dan 3, 51-90; Tob 13; Jdt 16, 1-17... Cf Lc 1, 67-79 y 2, 28-32).
Y la oración de los salmos, que servía en gran parte para el culto litúrgico, educaba al pueblo elegido y a cada uno de sus miembros a "magnificar" y "dar gracias" al Señor por las "maravillas" realizadas en su auxilio.
2. Entre los orantes del Nuevo Testamento, María ocupa el primer puesto cuando desgrana su himno de acción de gracias, el "Magníficat".
Me gusta recordar ahora lo que escribía mi venerado predecesor Pablo VI en la Exhortación apostólica Gaudete in Domino: "sin que se le hayan ahorrado sufrimientos (a la Virgen), Ella está presente al pie de la cruz, asociada de manera eminente al sacrificio del Siervo inocente, la Madre de los Dolores. Pero está a la vez abierta sin reserva a la alegría de la resurrección; también ha sido elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo... Es el prototipo de la Iglesia terrena y glorificada. Con su cercanía a Cristo, recapitula en sí misma todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a la Iglesia: Mater plena sanctae laetitiae, y con toda razón sus hijos de la tierra, volviendo los ojos hacia la Madre de la esperanza y Madre de la gracia, la invocan como causa de su alegría".
3. Amados hermanos y hermanas: la contemplación de la Virgen Santísima rejuvenezca nuestra alegría y la haga activa, como exhortaba Pablo VI en el documento citado: "Sin necesidad de salirse de una visión realista, sean las comunidades cristianas lugares de optimismo donde todos sus miembros se comprometan resueltamente a discernir los aspectos positivos de las personas y acontecimientos... La educación para una tal visión no es sólo cuestión de psicología. Es también fruto del Espíritu Santo... Esta mirada... halla en los cristianos un lugar privilegiado de enriquecimiento: la celebración del misterio pascual de Jesús... signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna" (ib. conclusión).
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