Ángelus del domingo 28 de octubre de 1979
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 28 de octubre de 1979
1. Roma es el lugar de encuentro para toda la Iglesia. Aquí vienen peregrinos de todas las partes del mundo. Entre éstos, tienen un puesto especial los obispos, como Pastores de las Iglesias locales en toda la tierra. Son siempre muy esperados por el Obispo de Roma. Son esos hermanos que permanecen en la unión de la misión apostólica. Y su presencia sirve para reforzar esta unión y para renovar la misión misma. Su estancia en la Ciudad Eterna, sus visitas "ad Limina Apostolorum" son la fuente de esa alegría especial de la que habla el Salmista:
"Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" (Sal 133, 1).
Y a pesar de que esta permanencia juntos no puede prolongarse demasiado a causa de las múltiples obligaciones, sin embargo, queda el fruto de la alegría interior y de la renovación del espíritu.
2. En este año, una parte notable de los obispos que realizan la visita ad Limina la constituyen los Pastores de la Iglesia de América Latina, que desarrolla su actividad a base de una especial conexión organizativa de todo el Episcopado, de la que es expresión e instrumento el Consejo continental de los diversos Episcopados (CELAM).
Recordamos todos que al comienzo de este año tuvo lugar la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México, que me fue dado inaugurar el día 28 de enero. Al encontrarme con los obispos de cada uno de los países y naciones de América Latina, veo lo importante que es esa conexión que se halla en la base de la misión desarrollada por ellos. Efectivamente, a pesar de que los problemas de la sociedad de la Iglesia tengan sus propias características en cada país, sin embargo hay muchas analogías entre ellos. Al afrontar todos estos problemas en unión fraterna , las iglesias, los obispos y los Episcopados pueden esperar una mayor incidencia y eficacia en sus iniciativas apostólicas.
3. Deseo proponer hoy de modo especial, como tema de nuestra oración, la iglesia y la sociedad de ese gran país situado al extremo sur de América Latina, que es Argentina.
Son cerca de 25 millones los católicos de esa nación distribuidos en 60 circunscripciones eclesiásticas. En las audiencias a los obispos, que han venido en estos dos meses para la visita ad Limina, ha pasado ante mis ojos un panorama confortante de la vitalidad de la Iglesia en el desarrollo de su misión. El incremento de las vocaciones religiosas y sacerdotales es prometedor: generalmente se trata de jóvenes maduros, por lo que presentan un alto índice de perseverancia. El fenómeno se desarrolla en el contexto de un reflorecimiento religioso de la juventud. El 6 y el 7 de octubre de este año, cerca de 800.000 jóvenes fueron a pie en peregrinación desde Buenos Aires a Luján, distante casi 70 kilómetros, para una jornada de oración en torno al célebre santuario mariano de esa ciudad. Efectivamente, la devoción a María es una de las principales características de la religiosidad de los católicos argentinos y es consolador verla tan viva entre la juventud.
Como es bien sabido, Argentina y Chile tienen que resolver un problema, que los divide, sobre la zona austral de sus territorios. Desde los primeros meses de este año he aceptado la invitación a asumir la tarea de mediación. También los obispos se estan afanando para crear un clima de distensión en el que sea más fácil superar la controversia.
4. En la oración del Angelus de hoy, además de la alegría, debemos hacernos eco también de las preocupaciones, inquietudes y sufrimientos que no faltan en el mundo de hoy. No podemos olvidarnos cuando nos ponemos ante Dios, nuestro Padre, y cuando nos dirigimos a la Madre de Cristo y Madre de todos los hombres.
Así, con ocasión de los encuentros con peregrinos y obispos de América Latina, en especial de Argentina y Chile, se recuerda frecuentemente el drama de las personas perdidas o desaparecidas.
Roguemos para que el Señor conforte a cuantos no tiene ya la esperanza de volver a abrazar a sus seres queridos. Compartamos plenamente su dolor y no perdamos la confianza de que los problemas tan dolorosos sean esclarecidos para bien no sólo de los familiares interesados, sino también para el bien y la paz interna de esas comunidades tan queridas para nosotros.
Pidamos que se acelere la anunciada definición de las posiciones de los encarcelados y se mantenga un compromiso riguroso de tutelar, en cada circunstancia en que se requiere, la observancia de las leyes, el respeto a la persona física y moral, incluso de los culpables o indiciados de infracciones.
Por otra parte, numerosas y apremiantes invitaciones me piden invocar treguas y socorro para las probadísimas gentes de Camboya, un país en el que los acontecimientos de los últimos tiempos han provocado centenas de millares de víctimas y de prófugos, mientras el hambre y las enfermedades se ensañan en una población ya pavorosamente mermada en número. Han sido lanzadas llamadas internacionales para socorrer a los refugiados que se amontonan en la zona de frontera entre Tailandia y Camboya. Las Organizaciones católicas de caridad continúan enviando generosas e importantes ayudas, según sus posibilidades. Oremos para que cesen los estragos y se puedan aliviar las calamidades que afectan a esos hermanos nuestros, que, si en su mayor parte no son cristianos, todos son hermanos nuestros e hijos de Dios como nosotros.
Además, no podemos permanecer indiferentes ante el eco de la repercusión que ha tenido en el mundo el proceso que la semana pasada se desarrolló en Praga, en Checoslovaquia, y que se ha concluido con condenas que han suscitado reacciones de personalidades y de grupos políticos, culturales y sociales de países y de tendencias diversas.
Recuerdo esto también porque se trata de un país especialmente cercano a mi corazón. Por este motivo quisiera que las noticias que a él se refieren fuesen tales que suscitaran siempre reconocimiento y estima en todos.
En el contexto de estas diversas y dolorosas noticias que llegan de diferentes partes del mundo, se me presenta ante los ojos el no lejano encuentro con los Representantes de la Organización de las Naciones Unidas, el 2 del corriente mes de octubre. Deseo recordar las palabras que entonces dije sobre el tema de los derechos fundamentales e inviolables del hombre, como condición indispensable para la paz, tanto en todo el mundo, como en el interior de cada unos de los países y comunidades de pueblos.
El camino real, el camino fundamental que conduce a la paz "pasa a través de cada hombre, a través de la definición, el reconocimiento y el respeto de los derechos inalienables de las personas y de las comunidades de los pueblos" (núm. 7)
Los múltiples sufrimientos de tantos hombres y de diferentes comunidades exigen una solidaridad especial. Que pueda encontrar esta solidaridad diversas y adecuadas formas de expresión. En este momento se manifieste en nuestra oración común. El Angelus Domini nos recuerda siempre que Dios quiere la salvación y el bien del hombre y suscita en nosotros la esperanza de la victoria de este bien.
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