Ángelus del domingo 29 de julio de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Domingo 29 de julio de 1979

1. Nos reunimos nuevamente aquí, en Castelgandolfo, para el Angelus Domini. Aprovechando de la hospitalidad de sus habitantes, estamos aquí para rezar y para reflexionar en común, sobre el amor que Dios ha revelado al hombre, encarnándose. María de Nazaret fue y seguirá siendo siempre el primer testimonio de este amor, el primer testimonio del misterio de la Encarnación. A Ella nos dirigimos, de modo especial, con esta, oración común y, juntamente con Ella, queremos meditar en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

2. En este misterio, queremos hoy sentir especialmente cerca de nosotros a todos los enfermos y a cuantos sufren. Ciertamente los habrá aquí también en Castelgandolfo y aprovecho la ocasión para saludarles de modo especial. Es bien sabido que por todas partes, en toda aldea, en toda ciudad grande o pequeña, en todo país, en todo continente, hay personas que sufren.

Hay enfermos, gravemente enfermos, incurables, inválidos; personas condenadas a moverse con ayuda de una silla de ruedas, mujeres y hombres clavados en el lecho del dolor.

Quizá precisamente en este período del año, en que las personas sanas gozan de un tiempo de descanso en la montaña, en los bosques, en el mar o en los lagos, nuestros hermanos que sufren sienten más dolorosamente su estado de salud. Para ellos son limitados, muy limitados y a veces incluso inaccesibles, estos sencillos y lícitos goces de la vida, la fascinación del verano, del descanso, del aire libre.

3. Cuando reflexionamos sobre la inmensidad del dolor humano, de ese dolor que está entre nosotros, en nuestras casas, en los hospitales, en las clínicas, por cualquier parte del mundo, entonces el significado de las palabras de Cristo: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos... (hermanos míos que sufren), a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40), resulta sumamente real. ¡Cómo se multiplica Cristo a través de estas palabras! ¡Cuán presente está en la historia de la humanidad! Y ¡cuántos hombres en el mundo "hacen algo por Él", incluso sin darse cuenta, sin saber siquiera que Él existe...!

4. También nosotros por medio de nuestra reflexión, queremos hacer algo por nuestros hermanos y hermanas que sufren. Ya solamente con recordarnos de ellos, estamos haciendo algo en su favor. Nuestro encuentro de hoy, con motivo del Angelus Domini, lo dedicamos a ellos. Y al recuerdo unimos la oración y a la oración el recuerdo. Porque, en efecto, ésta es la oración, en que, siempre que se dice, se revela el amor de Dios hacia el hombre. Dios reveló su amor al hombre encarnándose: "El Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14).

Y he aquí que, abarcando con el pensamiento a todos nuestros hermanos y hermanas en su sufrimiento, deseamos que se hagan sobre todo conscientes del amor de Dios hacia el hombre. Que ese amor se les manifieste más fuerte que el sufrimiento. Que aclare las tinieblas de su dura suerte.

Lo pedimos para todos nuestros enfermos a través de María, Madre del Verbo Encarnado. Ella entendió mejor que nadie este amor y Ella sabe acercárselo a cada hombre.

Recemos para que lo acerque a todos cuantos sufren.

5. No puedo hoy dejar de expresar mi viva ansia y preocupación por la suerte que pueda correr el grupo de personas de la misión católica de Marymount, en Rhodesia-Zimbabwe, que han sido secuestradas hace algunos días. Entre ellas figura un hermano lego jesuita y seis religiosas de una congregación local.

Las noticias llegadas hasta ahora son escasas. Con mi pensamiento me siento junto a estos nuestros hermanos y hermanos, en la confianza de que se pueda tener alguna noticia consoladora sobre su situación.

Deseo de corazón que todos puedan volver pronto a su benéfica actividad humana y cristiana, que desarrollan en favor de las poblaciones locales, como hacen generosamente otros muchos misioneros, entre los cuales algunos han dado recientemente, por el amor de Cristo, incluso la vida.

Por eso, invito ardientemente a rogar para que el Señor toque el corazón de los responsables de ese gesto y oiga nuestra humilde pero insistente plegaria para que vuelva la paz y la tranquilidad entre aquellas sufridas poblaciones.

© Copyright 1979 - Libreria Editrice Vaticana