Ángelus del domingo 29 de marzo de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de marzo de 1981

1. "Prefiero la misericordia al sacrificio..." (Mt 9, 13).

Quien pronuncia estas palabras es Jesucristo: Aquel que ha ofrecido el más perfecto sacrificio de Sí mismo a Dios. Este sacrificio fue, al mismo tiempo, la revelación suprema del Padre, que es Dios "rico en Misericordia" (Ef 2, 4). Durante la Cuaresma, la Iglesia medita de rodillas este misterio: el misterio del sacrificio y de la misericordia, y partiendo de ahí trata de construir su vida interior y su servicio. Es necesario penetrar muy profundamente en este misterio del sacrificio de Cristo para cumplir cada día, con la fuerza que se deriva de Él, la misión de la misericordia, esto es, del amor que, en Cristo, supera siempre cualquier mal.

Es necesario penetrar muy profundamente en el misterio del sacrificio de Cristo para hacer brotar de Él, cada día, todo el servicio hacia aquellos que tienen necesidad precisamente de nuestra misericordia: el servicio de la Iglesia y de todos los hombres de buena voluntad.

2. Permitid que me refiera una vez más a lo que ha venido a ser, en cierto sentido, el tema del año: el de las personas minusválidas. En el primero y segundo domingo de Cuaresma he propuesto a vuestra consideración y a vuestra sensibilidad cristiana el significado y el valor de la presencia entre nosotros de estos hermanos nuestros. El minusválido es, ante Dios y ante los hombres, una persona con sus derechos y deberes. Entre los derechos quisiera recordar: ante todo, el derecho a la vida; el derecho a un hogar doméstico o, cuando se haga necesario, el ser acogido en institutos especializados, en un ambiente modelado según la familia; el derecho a cuidados médicos adecuados; el derecho a la instrucción; el derecho a la formación profesional y a un trabajo remunerado; los derechos civiles y políticos, entre los cuales está el de asociación y el derecho a una vida social lo más normal posible. Muchos países están actualizando laudablemente su legislación y adoptando también un estatuto particular de las personas minusválidas, con resultados ampliamente positivos.

Cada uno de nosotros tiene su parte de responsabilidad en este campo y puede, más aún, debe, contribuir y favorecer y hacer efectivo el ejercicio de estos derechos de los minusválidos. Entre los derechos-deberes de las personas minusválidas quisiera subrayar el relativo al desarrollo de una auténtica vida espiritual.

Dirigiéndome directamente a vosotros, personas minusválidas, os animo a responder con generosidad a vuestra vocación humana y cristiana. Dios os ama y os ama infinitamente. El Padre ve en vosotros la imagen viva de su Hijo paciente y destinado a la gloria y a la bienaventuranza. Responded confiadamente y con generosidad a esta llamada divina, contribuyendo con vuestras oraciones y vuestros sufrimientos a obtener de Dios misericordia para todos los hombres.

3. Deseo hoy encomendar mi patria, Polonia, a una particular oración de la Iglesia. Oremos para que se superen las dificultades y las tensiones internas, en el espíritu de los acuerdos logrados por común entendimiento entre los representantes de las autoridades estatales y los Sindicatos independientes y autónomos. A este propósito he hecho llegar ayer un mensaje al cardenal Stefan Wyszynski, primado de Polonia.

La opinión pública reconoce que los polacos tienen el derecho innegable a superar sus dificultades internas socio-económicas con las propias fuerzas. Ellos quieren y están en disposición de superarlas.

Mientras se está celebrando, desde hace algunos meses, en Madrid, la reunión sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, es necesario afanarse para que sus trabajos logren garantizar y consolidar la paz en el continente europeo, con pleno respeto a los derechos de todas las naciones, como también a los derechos del hombre y de sus libertades fundamentales (entre las cuales la Santa Sede subraya en particular la libertad religiosa y la libertad de conciencia).

La Iglesia ruega incesantemente por esta intención. Ruega por la paz y por todas las iniciativas que pueden servir a la paz en Europa y en todo el mundo.

Además, es preciso recordar que el Acta Final de Helsinki reafirma también el principio de que "los Estados participantes se abstienen de toda intervención, directa o indirecta, individual o colectiva, en los asuntos internos o externos que entren en la competencia interna de otro Estado participante, sean cuales fueren sus relaciones recíprocas".

Juntamente con todos los hombres de buena voluntad y con todos los pueblos que aman la paz, manifestando la confianza de que los denodados esfuerzos por la paz del continente europeo y en todo el mundo no sean obstaculizados, sino que puedan conseguir los frutos esperados.

Confío estos deseos a los Santos Benito, Cirilo y Metodio, Patronos de Europa; confío estos deseos a la Virgen Santa, Reina de la Paz; confío finalmente estos mis deseos a la Virgen Santa de Jasna Góra, Madre de Polonia.

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