Ángelus del domingo 29 de noviembre de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de noviembre de 1981

1. "Angelus Domini nuntiavit Mariae, et concepit de Spiritu Sancto".

Nos concentramos en el contenido de estas palabras, hoy, primer domingo de Adviento.

Con este domingo comienza el nuevo año litúrgico. Se abre de nuevo, ante nosotros, la perspectiva del tiempo que la Iglesia llena -año tras año- con la meditación del misterio divino, que actúa en la historia del hombre y del mundo. El año litúrgico es una abreviación y una síntesis de la historia de la salvación, desde su comienzo hasta el cumplimiento definitivo. Jesucristo, que es el culmen y el centro de esta misma historia, da pleno significado a cada una de las partes del tiempo litúrgico y les confiere el orden debido.

Él es ese Jesús, cuya venida anunció el Angel del Señor a la Virgen María, y Ella lo concibió en su seno por obra del Espíritu Santo.

Por obra del Espíritu Santo fue consagrado al Padre, en Jesucristo, el tiempo del hombre y del mundo: pasado, presente y futuro.

Por obra del Espíritu Santo fue consagrado al Padre, en Jesucristo, ese tiempo de la Iglesia que hoy, según la naturaleza cíclica del tiempo humano, comienza juntamente con el primer domingo de Adviento.

¡Entremos en este nuevo año litúrgico con fe y esperanza! ¡Entremos en él con ese amor "que se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado!" (Rom. 5, 5)

Ha recibido este don más plenamente la Virgen de Nazaret, que por obra del Espíritu Santo se ha convertido en Madre de Dios.

2. El año que litúrgicamente ha terminado, aun cuando el del calendario dura todavía como año 1981, nos ha acercado de modo particular al misterio del Espíritu Santo, "Señor y Dador de vida", mediante la conmemoración del Concilio Ecuménico Constantinopolitano, que se celebró hace 1600 años, esto es, el año 381 después de Cristo. Para recordar este gran acontecimiento se unieron de modo especial las Iglesias de Constantinopla y de Roma, alabando a Dios por la común heredad cristiana y alegrándose juntamente.

Deseo que la expresión de esta unión en el Espíritu Santo Consolador, la cual tuvo su cenit el día de Pentecostés del año que va a terminar, perdure también en la fiesta de mañana de San Andrés Apóstol, a quien la Iglesia Constantinopolitana venera de modo especial.

Hace dos años pude participar personalmente en esta solemnidad mientras que el año en curso la participación se realizará mediante delegación presidida por el cardenal Johannes Willebrands.

Desde la Sede de Pedro, que fue hermano de Andrés, transmito a mi hermano en Cristo, el Patriarca Dimitrios, y a su Sínodo la expresión de una gratitud especial por las oraciones que ofrecieron por mí en los difíciles meses pasados. Jamás olvidaré las palabras que me dirigió en el Policlínico Gemelli el Metropolita Melitón, cuando vino a Roma para las celebraciones de San Pedro y San Pablo.

El amor de Dios "que se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom. 5, 5), acelere el tiempo del Adviento ecuménico. Acerque el día de la unión de las Iglesias hermanas y de todos los cristianos en el único Cuerpo de Cristo.

3. Este primer domingo de Adviento, en que la Iglesia comienza a prepararse a la venida del Príncipe de la paz, deseo recordar una intención por la que ciertamente tienen interés muchísimos hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Mañana, dos Delegaciones de Estados Unidos y de la Unión Soviética comenzarán en Ginebra conversaciones para discutir sobre la reducción de los armamentos nucleares en Europa. En la víspera de este encuentro he enviado a las dos más altas autoridades de ambos países un mensaje personal para expresar vivo interés por el éxito de las conversaciones, hacia las cuales, con ansiosa espera, se dirige la atención de millones de hombres de todo el mundo. Junto con el deseo de éxito he manifestado mi aliento también a fin de que -gracias a comunes esfuerzos de buena voluntad- no pase esta ocasión sin que se consigan resultados capaces de consolidar la esperanza de un futuro que no esté ya nunca amenazado por el espectro de un posible conflicto nuclear.

Por esta intención rezamos ahora el "Ángelus".

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