Ángelus del domingo 3 de diciembre de 1978

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 3 de diciembre de 1978

1. Hoy es el primer domingo de Adviento. Comienza el nuevo año litúrgico: cada año, en efecto, empezando desde el primer domingo de Adviento, la Iglesia, a través del ciclo de domingos y fiestas, procura hacernos partícipes de la obra salvífica de Dios en la historia del hombre, de la humanidad y del mundo. Precisamente por este "adviento", que quiere decir "venida", Dios viene al hombre, y ésta es una dimensión fundamental de nuestra fe. Nosotros vivimos nuestra fe cuando estamos abiertos a la venida de Dios, cuando perseveramos en el Adviento.

2. Hoy, por primera vez, voy de visita pastoral a una parroquia de Roma: la parroquia de San Francisco Javier en la Garbatella. Voy a esta parroquia como Obispo, para dar testimonio del misterio del Adviento, que realiza la vida de la parroquia porque forma la vida de cada uno de sus feligreses.

Pienso sobre todo en el Adviento que se realiza en el sacramento del santo bautismo. Un hombre viene al mundo: nace como hijo de sus padres; viene al mundo con la herencia del pecado original. Los padres, conscientes de tal herencia e inspirados por la fe en la palabra de Cristo, llevan a su hijo al bautismo. Desean abrir el alma de su niño a la venida del Salvador, a su "Adviento". De esta manera el Adviento señala el comienzo de la nueva vida: en cierto sentido se le quita a ese niño el sello del pecado original y se le injerta el principio de la vida nueva, de la vida divina. Porque Cristo no viene "con las manos vacías"; nos trae la vida divina; quiere que nosotros tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10).

Sabemos que cada parroquia es un lugar en el que se bautiza. En la comunidad del Pueblo de Dios, que lleva el nombre de San Francisco Javier, cada año son bautizados muchos romanos que nacen en nuestra ciudad, precisamente en esta parroquia. Y de este modo ella se convierte en el lugar de la "Venida": persevera continuamente en el "Adviento", y espera la venida del Señor en cada uno de sus nuevos feligreses.

Reflexionemos sobre esto.

3. Y, en este primer domingo de Adviento, meditemos también otro hecho. He recordado a San Francisco Javier, porque precisamente hoy, 3 de diciembre, lo conmemora la Iglesia. Es sabido que fue un gran misionero del Oriente, del Extremo Oriente.

Pues bien, en estos últimos días mi corazón y mis pensamientos han ido frecuentemente al Extremo Oriente, al Vietnam, porque nos ha llegado la noticia de la muerte del cardenal Joseph Marie Trin-nhu-Khuê, arzobispo de Hanoi en el Vietnam. Apenas hace dos semanas lo recibí aquí, y estuve hablando con él. A pesar de sus 79 años, parecía joven y vivaz. Sin embargo, la edad avanzada tiene sus leyes, y he aquí que nos llegó la noticia de su muerte. Así, pues, recuerdo hoy a este Pastor fiel y firme; recuerdo a este servidor de Dios, que ha dado un testimonio muy elocuente de Cristo entre sus compatriotas, en su país, el Vietnam, tan lejano y, al mismo tiempo, tan cercano al corazón de la Iglesia.

También éste es un tema de Adviento. Quizá en el último momento de su vida, este Pastor, obispo, el cardenal Trin-nhu-Khuê, logró pronunciar las palabras "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20), para escuchar enseguida la respuesta: "¡Sí, vendré pronto!".

Del Vietnam se vuelve a hablar mucho en estos días. Todos habéis seguido las noticias que traen los periódicos.

Así, pues, recemos por los vietnamitas que, habiendo abandonado su tierra, sufren porque no encuentran quien los acoja con sentido de humanidad, o quien salga al encuentro de sus necesidades y sufrimientos. Deseando que la llamada dirigida por la Santa Sede, mediante las Naciones Unidas, alcance el fin pretendido, os invito a rezar para que el Señor sostenga y bendiga los esfuerzos de cuantos generosamente tratan de salir al encuentro de estos hermanos en dificultad.

Por esta intención y por la Iglesia en Vietnam recemos el Angelus.

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