Ángelus del domingo 3 de enero de 1988
JUAN PABLO II
ÁNGELUSDomingo 3 de enero de 1988
¡Amadísimos hermanos y hermanas!:
1. El primer día del año hemos contemplado a la Virgen María en el misterio de su Maternidad divina: ¡La Theotókos! Hoy quisiera invitaros a reflexionar sobre María, Madre de la Iglesia. Una y otra maternidad están estrechamente unidas. Lo ponía de relieve con rigor teológico el Papa Pablo VI, cuando, al atribuirle ese "dulcísimo título" a la Virgen, dijo: "María es la Madre de Cristo, quien desde el primer instante de la Encarnación en su seno virginal unió en Sí en cuanto Cabeza su Cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, como Madre de Cristo, es Madre también de los fieles y de todos los Pastores, es decir, de la Iglesia" (Discurso del 21.XI.1964, AAS 56, 1964, 1015 s.).
2. Ante el belén estamos invitados a descubrir la consoladora verdad de la maternidad de María también respecto a nosotros. Es una verdad que el mismo Jesús quiso proclamar en el culmen de su pasión, cuando, desde lo alto de la cruz, dirigiéndose respectivamente a la Madre y al discípulo predilecto, exclamó: "Mujer, ahí tienes a tu hijo... ahí tienes a tu Madre" (Jn 19, 26-27), delineando así el papel de María en la vida de la Iglesia.
Es un papel de madre que, por su naturaleza, establece una relación única e irrepetible de persona a persona. En la Encíclica Redemptoris Mater he escrito: "Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su formación y maduración en la humanidad" (n. 45, a).
3. ¿Cuál será, pues, nuestra actitud hacia Aquella que el mismo Jesús nos ha dado como Madre? La actitud no podrá ser más que la del Apóstol Juan, del cual se dijo: "Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19, 27). Acoger a María en nuestra vida, consagrándonos totalmente a Ella: esto es lo que la Virgen espera de cada uno de nosotros. La consagración es la única respuesta adecuada al amor de una persona, y en particular al amor de una madre.
Con un nuevo impulso de abandono filial nos consagramos hoy a María: Su dulce imagen sonríe a todos los que entran en esta Plaza desde el mosaico que he querido que se colocara en una de las fachadas del Palacio Apostólico. Este mosaico se inspira en la "Mater Ecclesiae", que se venera en uno de los altares de la basílica de San Pedro. Con su ayuda queremos llegar a ser discípulos cada vez más fieles de su Hijo, que nos abre el camino hacia la casa del Padre.
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