Ángelus del domingo 31 de enero de 1982

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUSDomingo 31 de enero de 1982

1. Deseo también hoy ―con ocasión del rezo del Ángelus―saludar de modo particular a los Episcopados que vinieron a Roma el año pasado para visitar las "memorias" de los Apóstoles.

Pienso en los Episcopados de Tanzania y Sudán en África. Deseo saludar a las Iglesias y también a las naciones, en las que estas Iglesias, guiadas por sus Pastores, ponen la levadura evangélica de la justicia y de la paz.

En Tanzania hay 25 circunscripciones eclesiásticas. El arzobispo de la sede metropolitana de Dar-es-Salam es el cardenal Laurean Rugambwa, el primer africano elevado a la púrpura por el Papa Juan XXIII, el año 1960. Los católicos de Tanzania son 3.600.000, es decir, el 21 por ciento de la población.

En Sudán las diócesis son siete y los obispos encuentran dificultades sobre todo por la escasez de sacerdotes y de personal. En todo el país sólo hay 50 sacerdotes diocesanos; los misioneros son 130, y pertenecen en buena parte a los combonianos (casi 70), a los cuales quiero animar por su dedicación, cosa que hago extensiva también a los salesianos y a los miembros de la congregación de los "Apostles of Jesus", que trabajan en esa querida nación.

2. Puesto que ayer y hoy, en diversos países del mundo, se celebra la jornada de solidaridad con la nación polaca, deseo, como Obispo de Roma y, al mismo tiempo, como hijo de mi nación, manifestar viva gratitud por todos los testimonios de esta solidaridad.

Doy las gracias por toda ayuda material que se envía a Polonia, tanto por parte de personas individuales, como por instituciones sociales y caritativas. El Episcopado y la Iglesia en Polonia hacen todos los esfuerzos para que estas ayudas lleguen a los más necesitados.

Doy las gracias por todo apoyo espiritual, especialmente por el que se manifiesta en diversas formas de oración, que equivale a darse cuenta de que los problemas que se refieren a Polonia tienen importancia no sólo para este país concreto y para esta concreta sociedad. El respeto de los derechos de la nación y, en el ámbito de ella, el respeto de los derechos del hombre, como ciudadano, son en todo lugar del mundo la condición de la verdadera justicia social y de la paz. Entre estos derechos han adquirido una importancia particular, en el curso de los dos últimos años, los derechos fundamentales de los hombres del trabajo y el derecho a la defensa de estos derechos mediante los sindicatos independientes y autónomos, conocidos por el nombre de "Solidarnosc". Se trata de los hombres que trabajan en la industria, en la agricultura, o también en las diversas profesiones intelectuales; con esto están vinculados los adecuados derechos en el campo de la vida cultural.

Los obispos polacos, en su última carta, han manifestado la plena expresión de la solicitud y expectativa de toda la sociedad, pidiendo la abolición del estado de excepción y de todas las formas de limitación o violación de los derechos civiles, adoptados en este estado.

Damos las gracias a todos los que en el mundo entero llevan realmente en el corazón y en la conciencia esta causa.

La solidaridad con la nación polaca adquiere una mayor elocuencia ética si se considera que esta nación ha llevado sobre sus hombros el peso de la última guerra de manera relevante (podría decirse: desproporcionada), y ha afrontado terribles sacrificios por la justa causa. Ha combatido y sufrido para garantizar la propia existencia soberana: a fin de poder vivir de modo soberano en la propia tierra, que está empapada con la sangre y el sudor de sus hijos e hijas.

Al poner este problema ante la conciencia del mundo, no ceso, juntamente con millones de hombres, de encomendarlo a Dios por la intercesión de la claramontana Madre de la patria.

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