Ángelus del domingo 31 de julio de 1983

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 31 de julio de 1983

1. Cuando María y José encontraron al Niño Jesús en el templo, después de tres días de angustiada búsqueda, su Madre no pudo contener este amoroso lamento: "Hijo, por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote" (Lc 2, 48).

Es consolador para nosotros saber que también la Virgen preguntó "por qué" a Jesús, en una circunstancia de intenso sufrimiento. Reconocemos en sus palabras un tema que se ha hecho ya constante en los libros del Antiguo Testamento.

Por aquellas páginas veneradas sabemos que a menudo el Pueblo de Dios, o bien alguno de sus miembros, atravesaba por pruebas cruciales.

En semejantes aprietos, aflora una pregunta: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? (Sal 22, 2) "¿Por qué estás dormido, Señor?... ¿Por qué escondes tu rostro, olvidándote de nuestra miseria y opresión?" (Sal 44, 24a. 25).

Para responder a este "por qué" humanísimo, el orante de los Salmos se dirige al pasado de Israel, vuelve a meditar la historia de los Padres, especialmente el éxodo de Egipto, y saca de ello la siguiente lección: también ellos fueron probados como el oro en el fuego, y sin embargo el Señor los salvó de tantas maneras y a menudo por caminos inesperados; y como el Señor es fiel, también ahora, como entonces, dará la salvación, en el modo y en el tiempo que a Él plazca (cf. Sal 22, 5-6; Sir 2, 10; 51, 8; Jdt 8, 15-17. 26).

2. "También la Santísima Virgen ―nos enseña el Concilio Vaticano II― avanzó en la peregrinación de la fe y sirvió fielmente a su unión con el Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58).

El episodio del hallazgo en el templo demuestra que la Virgen no siempre y no inmediatamente podía comprender el comportamiento del Hijo. En efecto, Lucas observa que ni Ella ni José comprendieron la respuesta de Jesús (cf. Lc 2, 50). A pesar de ello, María "conservaba todo esto en su corazón" (Lc 2, 51b.).

Vendrán después días en que Jesús anuncia su muerte y resurrección como un designio del que habían hablado las Escrituras (cf. Lc 9, 22. 43-44; 18. 31-33; 24, 6-7. 26-27). Ella, ciertamente, como verdadera "Hija de Sión", habrá mirado a la misión dolorosa del Hijo con los recursos que le venían de la fe (cf. Lc 11, 27-28). Si Dios, en las vicisitudes de su pueblo, había desatado tantas veces las cadenas de los justos que se hallaban en tribulación, también ahora puede cumplir la promesa que Cristo debe resucitar de entre los muertos (cf. Heb 11, 19; Rom 4, 17).

3. La actitud de María inspira nuestra fe. Cuando soplan las tempestades y todo parece naufragar, nos sostenga el recuerdo de lo que el Señor ha hecho en el pasado. Volvamos a pensar, ante todo, en la muerte y resurrección de Jesús; y luego en las innumerables liberaciones que Cristo ha realizado en la historia de la Iglesia, en el mundo y en la vida de cada uno de nosotros los creyentes.

De esta anamnesis brotará más fecunda y alegre la certeza de que también en el momento presente, aunque sea amenazador, el Redentor navega con nosotros en la misma barca. A Él le obedecen el viento y el mar (cf. Mc 4, 41; Mt 8, 27; Lc 8, 25).

Respetar los derechos del hombre

Deseo recordar algunos dolorosos hechos de violencia que, en estos días, han acaecido en diversas partes del mundo, provocando numerosas víctimas.

Son noticias que tal vez todos conocéis, pero que recuerdo para invitaros a rezar por ellos junto conmigo.

― En el Líbano, tierra siempre atormentada, siguen teniendo lugar choques entre grupos armados contrapuestos, con numerosos muertos y heridos.

― Graves episodios de terrorismo se han producido en el aeropuerto de París y, algunos días más tarde, en una sede diplomática en Lisboa, asesinando a personas inocentes e hiriendo a otras muchas.

― Y dos días más tarde, la feroz matanza de Palermo, en que quedaron muertas un benemérito magistrado y otras personas en el cumplimiento del propio deber.

― Finalmente, mi atención se dirige a las tensiones y a los violentos choques ocurridos en Sri Lanka entre cingaleses y tamiles. Debemos rezar para que en aquellas poblaciones prevalezca el espíritu de comprensión y de tolerancia, profundamente arraigado en sus mismas tradiciones religiosas y culturales, en el respeto de los fundamentales principios de justicia y de dignidad de todo hombre.

Los cristianos, aunque poco numerosos, ciertamente no dejarán de contribuir, de manera eficaz, a la deseada reconciliación, dando ejemplo de un diálogo verdadero, condición esencial para la paz social.

Invoquemos del Señor misericordia para las víctimas y consuelo para las familias afectadas y afligidas por lutos y sufrimientos.

Pidamos para que por doquier prevalezca el respeto de los derechos fundamentales del hombre y la búsqueda de soluciones pacíficas, rechazando toda forma de tentativa terrorista y de represalia.

Confiemos estas intenciones nuestras a la Santísima Virgen, Madre del Príncipe de la Paz, para que avale con su intercesión nuestros deseos.

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