Ángelus del domingo 4 de junio de 1989
VIAJE APOSTÓLICO A NORUEGA, ISLANDIA,
FINLANDIA, DINAMARCA Y SUECIA
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 4 de junio de 1989
Catedral de Cristo Rey, Reykiavik
Queridos hermanos y hermanas:
Al concluir esta liturgia, la hora tradicional del Ángelus nos invita a la oración con María, la Madre de Jesús y Madre nuestra. Hoy hemos oído y repetido las palabras del centurión: "Señor..., no soy digno de que entres en mi casa " (Lc 7, 6). En la Anunciación, María experimentó un sentimiento semejante de indignidad, pero aceptó la voluntad de Dios diciendo: "Fiat", "hágase en mí según tu Palabra" (Lc 1, 38).
A Ella encomiendo ahora todo el pueblo de Islandia y todos los pueblos de los países nórdicos:
¡Señora nuestra, Auxilio de los cristianos! Sabes con cuánto fervor los pueblos del Norte te suplican en momentos de gozo, ansiedad y temor: Los pescadores te rezan: ¡Estrella del Mar! Los viajeros invocan tu intercesión: ¡Señora del Camino! Los padres te rezan para proteger y guiar a sus hijos: ¡Madre del Buen Consejo! Los soldados de los países nórdicos, que militan en las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas, te suplican: ¡Señora de la Paz!
María bendita, mira hoy con bondad a todos los hogares. Obtén para las familias el gozo y la armonía que llenaba la casa de Nazaret. Une a los padres en un amor fiel, y bendice a todos los niños. Ayuda a los jóvenes a responder generosa y fielmente a Cristo. Enseña a todos; el valor del perdón y del amor fraterno.
Oh Madre de la Misericordia, conforta a los ancianos y enfermos. Ayuda a los heridos y a los minusválidos. Asiste a los que sufren de cáncer, SIDA o cualquier enfermedad incurable. Da esperanza y renovado valor a todos los que tienen miedo, a los que están desanimados, a los que se encuentran perdidos o son rechazados.
Toca los corazones de todos los que han dejado la fe. ¡Llámales a casa! ¡Diles que el Padre los ama y los espera con los brazos abiertos! ¡Diles que la Iglesia los necesita!
Señora nuestra del Norte, fortalece a los obispos, sacerdotes y religiosos de estas tierras. Que se llenen de celo y compasión, y que siempre den testimonio auténtico del reino de Dios. Vela con amor sobre todos nuestros hermanos y hermanas cristianos. Sana las heridas de la división. Ayúdanos a gozar algún día en la unidad.
Madre de Dios, ¡eres el orgullo más excelso de nuestra raza! Cobíjanos con tu manto de amor para que en todo también nosotros podamos decir: "Fiat", que se haga la voluntad de Dios.
© Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana