Ángelus del domingo 4 de noviembre de 1990
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 4 de noviembre de 1990
Queridos hermanos y hermanas:
Acabamos de terminar, en la basílica de San Pedro, el rito de beatificación de cuatro religiosas, dos francesas y dos italianas: Marthe Aimée Le Bouteiller, Louise-Thérèse de Montaignac de Chauvance, Elisabetta Vendramini y Maria Schininà, que han sido elevadas al honor de los altares, para que sean un ejemplo para toda la Iglesia.
En efecto, sus figuras, que vemos en la fachada de la basílica, y su mensaje espiritual son para todos los cristianos un estímulo para comprometerse más en el camino de la perfección evangélica y de la santificación. Esa exigencia trae a la mente un texto iluminador del Concilio Vaticano II donde se afirma que "todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen gentium, 40).
Con la proclamación de las nuevas beatas, la Iglesia se propone reavivar la conciencia de que todos los miembros del pueblo de Dios, sean religiosos o laicos, están llamados a la santidad.
Por esta razón, las nuevas beatas, al buscar la propia santificación, no se apartaron del prójimo, sino que supieron descubrir, día tras día, la presencia de Dios en todas las personas que estuvieron a su alrededor y en todo acontecimiento, grande o pequeño. Para ellas el haberse consagrado a Dios en la propia congregación religiosa no significó una fuga del mundo sino una fuente de energía espiritual, que las hizo más sensibles a las necesidades de los hermanos, especialmente si eran pobres, enfermos, abandonados, rechazados o marginados por la sociedad. Su ardiente impulso apostólico, que marcó tan profundamente su vida y sus obras, encuentra hoy una continuación fervorosa en la benemérita actividad de las religiosas que se inspiran en el carisma dejado en herencia por sus fundadoras, que hoy han sido declaradas beatas. A estas religiosas, presentes en gran número en la plaza de San Pedro, dirijo mis felicitaciones y mi vivo aprecio por la obra que llevan a cabo.
Dirijamos ahora nuestra plegaria a la Virgen a fin de que, por intercesión de ellas, encienda en nuestros corazones un gran deseo de alcanzar la santidad para la gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de los hombres.
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