Ángelus del domingo 7 de agosto de 1983

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 7 de agosto de 1983

1. El impulso dado por el Concilio Vaticano II al movimiento ecuménico, hace que elevemos la mirada a María, "Madre de la unidad" y "Madre de los hijos de Dios dispersos".

En el Antiguo Testamento, los "hijos de Dios dispersos" son los exiliados en tierra extranjera, especialmente en Babilonia. El Señor los dispersó entre los pueblos, a causa de sus pecados (Dt 4, 25-27; 28, 62-66), pero una vez que se convirtieron por la predicación de los Profetas (Dt 4, 29-31; 30, 1-6), Dios los reunió de la diáspora y los hizo retornar a su tierra.

El Templo de Jerusalén, reconstruido de sus ruinas, es el lugar privilegiado para dicha reunificación (Ez 37, 21. 26-28; 2 Mac 1, 27-29; 2, 18). Bajo sus bóvedas los convertidos, miembros ya de una nueva Alianza, adoran al mismo Señor; y Jerusalén se convierte así en "madre universal" de estos innumerables hijos que Yavé, su Esposo, ha reunido entre sus muros (Is 49, 21; 60, 1-9; Sal 87; Tob 13, 11-13). Esos muros, efectivamente, vienen a ser como un regazo, en el que está el templo y todos aquellos que se reúnen en él para adorar al único Dios.

2. Es sobre todo el Evangelista Juan quien, a la luz de la redención realizada por Cristo, hace una nueva lectura de estos temas preparados por la Antigua Alianza.

Jesús, con su muerte, es Aquel que ha reunido en la unidad a todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11, 51-52). Ahora, los "dispersos" son todos los hombres, en cuanto víctimas del maligno, que arrebata y dispersa (Jn 10, 12). Pero todos ellos pueden convertirse en "hijos de Dios", si acogen a Cristo y a su Palabra (Jn 1, 12; 1 Jn 5, 1). Y Cristo, reúne a la humanidad dispersa en otro templo, es decir, en su misma Persona, que revela al Padre y lleva a los hombres a la unión perfecta con Él (Jn 10, 30; 17, 21).

Así la verdadera Jerusalén está formada por la grey de los discípulos del Señor, es decir, por la Iglesia a la cual Jesús conduce a judíos y gentiles (Jn 10, 16, 11, 51-52; 12, 32-33). María es la Madre de esta nueva Jerusalén. He ahí que "tus hijos se reúnen y vienen a ti" dice el Profeta a la antigua Jerusalén (Is 60, 4; LXX). "Mujer, he ahí a tu hijo", dice Jesús a su Madre cuando desde la cruz le confía el discípulo amado (Jn 19, 26), que representaba a todos sus discípulos de todos los tiempos.

3. Sensibles, por tanto, a las instancias ecuménicas del Concilio y en comunión con nuestros hermanos miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias reunidos en Vancouver, pedimos a la Madre de Dios y de los hombres, que "todas las familias de pueblos lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad" (Lumen gentium, 69).

Ayer 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor, hemos recordado la inolvidable figura de mi predecesor Pablo VI, que murió hace cinco años.

Deseo ahora evocar la grata memoria de este pontífice que gastó toda su vida al servicio de la Iglesia. Supo amarla, exaltarla, defenderla y hablar de ella, como nadie, con una catequesis paciente y sapiente, exponiendo su naturaleza íntima, su realidad visible y su realidad invisible, la estructura externa y la linfa interior que le da fuerza y eficacia.

Ahora él está estrechamente unido a Cristo, transfigurado por la resurrección: nos gusta verle así, mientras pedimos al Padre celestial que no cese de inundarle con su luz y nos conceda a nosotros seguir sus enseñanzas y los ejemplos con los que todavía sigue edificándonos.

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