Ángelus del domingo 7 de diciembre de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 7 de diciembre de 1980

1. Regem venturum Dominum venite adoremus.

Con estas palabras comenzamos nuestra cotidiana Liturgia de las Horas en Adviento, pidiendo al Señor poder "amar su venida" y poderle dedicar toda la vida. Ruego, queridos hermanos y hermanas, para que este amor a la "Venida del Señor" esté en cada uno de vosotros y en mí mismo. Roguemos juntos para que esté presente también en cada uno de los cristianos, más aún, en cada uno de los hombres: para que sea amada esa primera venida suya en cuerpo humano, la cual se renueva cada año mediante la solemnidad de la Navidad del Señor; y roguemos también para que sea amado su incesante venir al encuentro del hombre: al corazón humano y a la historia del hombre, a cada uno de los pueblos y naciones, a las generaciones que se suceden, y a las épocas de la humanidad. Finalmente roguemos para que sea amada su última venida que significa, al mismo tiempo, el término y el comienzo: el término del mundo y el comienzo de "cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia" (2 Pe 3, 13)

Regem venturum Dominum venite adoremus!

2. El 7 de diciembre, es decir, hoy, la Iglesia recuerda al intrépido obispo de Milán, uno de los grandes pastores y maestros de la fe en la época patrística: San Ambrosio.

Hacia la sede episcopal de San Ambrosio, de la cual, en el curso de los siglos, han venido muchos pastores a la Sede romana de Pedro ―el último fue el cardenal Montini, Papa Pablo VI―, se dirigen nuestros pensamientos, suplicando en la oración de Adviento poder perseverar en un amor cada vez mayor por la Venida del Señor Nuestro Jesucristo.

3. Hoy quisiera ir con el pensamiento a la Iglesia que vive en Indonesia. Hace algún tiempo, tuve la íntima alegría y el gran consuelo de encontrarme con sus beneméritos Pastores durante la "visita ad Limina Apostolorum".

Esa prometedora comunidad católica comprende 33 circunscripciones eclesiásticas y cerca de 4 millones de fieles. Ofrece, junto al compromiso de evangelización, un servicio no menos válido y apreciado en el campo de la promoción humana de la sociedad indonesia, sobre todo en los sectores educativo y sanitario. Las numerosísimas escuelas católicas, de todo orden y grado, cuidan de la educación y formación de cerca de 8.000.000 de estudiantes de diversas edades. Los hospitales y los otros institutos de asistencia desarrollan una obra muy apreciada.

Los jóvenes que acogen la invitación del Señor al sacerdocio y a la vida consagrada van en constante y consolador aumento. Pero la Iglesia indonesia ―generosamente comprometida en la profundización de una propia y rica fisonomía― tiene todavía gran necesidad, para atender a sus instituciones, de la aportación de personal eclesiástico calificado que proviene de las Iglesias hermanas. Confío que esta indispensable solidaridad eclesial continuará siendo facilitada ―como ha ocurrido hasta ahora― para que las necesidades espirituales de la población católica puedan ser satisfechas adecuadamente.

A esos venerables hermanos en el Episcopado, a los amados sacerdotes y religiosos, a todos los indonesios dirijo mi recuerdo lleno de buenos deseos y de bendiciones.

Unid vuestra oración a la mía para que el Señor, por la intercesión de la Virgen Santa, otorgue a la Iglesia que está en Indonesia amplia abundancia de gracias y bendiciones.

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