Ángelus del domingo 8 de agosto de 1982

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUSDomingo 8 de agosto de 1982

1. "Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren" (Sal 33, [34], 2-3).

En la fiesta de la Transfiguración del Señor, hace 4 años, el día 6 de agosto, dejaba esta tierra el gran Papa Pablo VI. Partió de este mundo después de haber cumplido su peregrinación y haber realizado su servicio en la sede de Pedro. Partió de este mundo, pero quedó en nuestro corazón, en nuestro recuerdo, en nuestra oración.

Hoy parece que se presenta ante nosotros. Y con el Salmo de la liturgia dominical, parece dirigirse a nosotros con estas palabras. He aquí "bendice al Señor en todo momento". Ciertamente "su alabanza está siempre en su boca".

2. Durante los 81 años de su vida en esta tierra y especialmente en los 15 años de su servicio a la Iglesia en la sede romana, él nos mostró al Señor, nos señaló a Cristo.

"Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzara" (ib., v. 6).

Así parecía decir a la Iglesia y a la humanidad ese Papa, llamando a todos los hombres a la alegría en Cristo con la Exhortación Apostólica que comienza con las palabras:

"Gaudete in Domino".

"Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias" (ib., v. 7).

El problema de los pobres, el problema de las sociedades que padecen indigencia, el problema de la justicia social e internacional se convirtieron en el centro de la atención de Pablo VI, como da testimonio de ello, ante todo su Encíclica "Populorum progressio", en la que unió la solicitud por la paz y la solicitud por el correcto desarrollo: el desarrollo ―escribió él― es el nuevo nombre de la paz.

Su solicitud se dirigió constantemente también a la suerte de Jerusalén y de los Santos Lugares y al problema de Oriente Medio, que durante su Pontificado registró dos crisis gravísimas. En su memorable visita a la Ciudad Santa, en 1964, el Papa Pablo invocó la paz y la colaboración entre todos los pueblos de la región, con la salvaguardia de los derechos de cada uno.

Siempre tuvo un pensamiento especial para el Líbano, cuya trágica condición, también hoy, de manera más urgente que nunca, angustia a todos los corazones y pide especialmente nuestra invocación de paz.

Se preocupó también por los derechos de los creyentes de todo el mundo, indicando desde el principio de su Pontificado, mediante la Encíclica "Ecclesiam suam", los caminos del diálogo y de la salvación Estas orientaciones de su actividad se presentan ante nuestra mente, mientras escuchamos hoy en la liturgia las palabras: "El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege" (Sal 33 [34], 8).

3. El difunto Papa fue el siervo de Cristo y el dispensador de los misterios de Dios. De estos misterios sacó él mismo la fuerza de espíritu para proseguir en el camino de la fe, a ejemplo del profeta Elías, a quien ―como leemos en la liturgia de hoy― le fueron dirigidas estas palabras: "Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas" (1 Re 19, 7).

Así también Pablo VI se levantaba, se fortalecía con la fuerza de la Eucaristía y caminaba ante el Pueblo de Dios como pastor "hasta el Horeb, el monte de Dios" (ib. v. 8).

Parecía que nos hablaba también con las palabras del apóstol: "Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave dolor" (Ef 5, 1-2).

El amado Pontífice mostró Cristo a los hombres de su tiempo. En este breve recuerdo hemos traído a la memoria solo algunos de sus actos y de sus obras. Pero sus actos y sus obras fueron muchísimas.

Indicó a Cristo la Iglesia y a la humanidad.

Que se realicen para él las palabras de Cristo: "el que cree en mí tiene vida eterna" (Jn 6, 47).

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