Ángelus del domingo 8 de marzo de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 8 de marzo de 1981

1. "Christum Dominum pro nobis tentatum et passum, venite adoremus".

La liturgia de la Cuaresma nos llama, día tras día, a la adoración de Cristo, de Aquel que quiso estar sometido a la tentación y aceptó el sufrimiento, haciéndose por nuestra redención "pecado por nosotros" (2 Cor 5, 21).

A este Cristo debemos encontrar en los inescrutables misterios de su vida y en su muerte y, a la vez, en nuestro prójimo. En cada uno de nuestros hermanos, sin excepción, pero de modo especial en aquellos en quienes, del mismo modo, se repite y se realiza la tentación y el sufrimiento de nuestro Redentor.

2. Séame permitido, pues, ya desde el primer domingo de Cuaresma, dirigir la atención hacia ese gran número de hermanos y hermanas nuestros que se definen con la denominación común de personas "minusválidas". Las estadísticas dicen que hay en el mundo más de 400 millones de estas personas, es decir, son casi la décima parte de la humanidad.

Es preciso acoger con gratitud la iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas, que desea que este año esté dedicado precisamente a estos hermanos y hermanas nuestros, cuya vida discurre bajo el peso de un handicap congénito, o adquirido tras una desgracia. La iniciativa de la ONU comporta una prueba profunda de sensibilidad y fraternidad humana.

El Cristo de nuestra Cuaresma, el Cristo probado y crucificado, se halla en el centro mismo de esta fraternidad. Nos invita de modo especial a encontrarlo en cada uno de nuestros hermanos que sufren. El amor que les demostramos, el servicio que les hacemos, son una manifestación de amor hacia Él mismo y un servicio realizado a Él (cf. Mt 25, 40).

3. La Cuaresma exige de cada uno de nosotros una conversión; por tanto ―como nos enseña, desde los primeros días, la liturgia de este período― se lleva a cabo y se realiza precisamente por medio de lo que hacemos por nuestros hermanos, en particular con los que sufren y están disminuidos de algún modo. Ellos tienen derecho especial a nuestro respeto, estima y amor.

"En efecto, en Dios descubrimos la dignidad de la persona humana, de cada una de las personas humanas. El grado de salud física o mental no añade ni quita nada a la dignidad de la persona; más aun, el sufrimiento puede darle derechos especiales en nuestra relación con ella".

4. Christum Dominum pro nobis tentatum et passum, venite adoremus!

Nos unimos en espíritu con cada uno y con todos los que sufren, afectados por un handicap incurable. Entre todo lo que podemos ofrecerles, está también nuestra fe, esto es, la convicción de su especial semejanza con Cristo paciente.

Y sí, a veces, el sufrimiento interior ―más grande que el mismo handicap― puede convertirse para ellos en motivo de considerar absurda y vana la vida, entonces desde lo profundo de esta fe, deseamos decirles y testimoniarles con convicción que ellos, mediante su sufrimiento, participan de modo particular en el misterio de la redención del mundo, que Cristo ha realizado por medio de la cruz.

5. Finalmente, puesto que hoy, juntamente con los colaboradores de la Curia Romana, comienzo los ejercicios espirituales, quiero encomendar a las oraciones de todos los hombres de buena voluntad la tarea del predicador de los ejercicios espirituales y de todos los que participarías en este retiro espiritual.

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