Ángelus del domingo 9 de agosto de 1987
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 9 de agosto de 1987
1. En el actual momento histórico de la Iglesia y en el férvido contexto del apostolado laical asumen un valor particular las agrupaciones de jóvenes.
Precisamente a ellos, a los jóvenes de todo el mundo, el Concilio dirigió su último mensaje invitándoles a luchar contra todo egoísmo, a ser generosos, puros, respetuosos, sinceros. Los llamó a construir un mundo mejor. Les manifestó confianza y amor (cf. Mensaje a los jóvenes, 8 de diciembre de 1965).
De este modo los padres conciliares ―yo era uno de ellos― quisieron resumir en una síntesis eficaz el denso patrimonio de doctrina y de directrices pastorales madurado en la gran Asamblea, y lo entregaron con confianza cordial a la energía creativa de las jóvenes generaciones.
2. El florecimiento de asociaciones y de movimientos juveniles que está ante nuestros ojos, indica que esa entrega ha sido acogida generosamente.
Sería largo y también, al menos in parte, superfluo hacer una lista de las pruebas; tan elocuentes son los testimonios de generosidad que ofrecen multitudes de jóvenes dotados de "fuerte personalidad, como requieren las exigencias perentorias de nuestra época" (Gaudium et spes, 31), prontos "a asumir su propia función" (ib., 7) aferrados a los ideales de apostolado, comenzando por la actividad seria y responsable entre los mismos coetáneos, en todos los sectores en los que se despliega la actividad juvenil (cf. Apostolicam actuositatem, 12). No puedo dejar de citar ―dando gracias por ello al Señor― el aumento de las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida de especial consagración, en primer lugar a la contemplativa, que constituye un fenómeno de los más consoladores y fuente de gran esperanza.
3. También el Sínodo Extraordinario de hace dos años, celebrando el veinte aniversario de la conclusión del Concilio y proponiendo nuevamente sus enseñanzas, se dirigió a los jóvenes "con especial amor y con gran confianza", declaró que "esperaba muchísimo de su entrega generosa" y les exhortó a recibir y "llevar adelante dinámicamente la herencia del Concilio" (Relatio finalis, C, 6).
En efecto, queda todavía mucho por hacer, para que se aprovechen todos los recursos apostólicos de los que el mundo juvenil es depositario y éste se ponga en condiciones de expresar toda la vitalidad de que es capaz.
Esa gran fuerza fermentadora e impulsora, que es el apostolado juvenil exige hoy una valoración nueva a la luz de la comunión eclesial y en la perspectiva del "mañana", al aproximarse el tercer milenio cristiano. El Sínodo sobre el laicado será ciertamente "el lugar" más apropiado para reflexiones constructivas e iluminadoras.
La Joven de Nazaret, protectora especial de nuestra juventud, obtenga luz a cuantos trabajan por estos objetivos en preparación del evento sinodal.
© Copyright 1987 - Libreria Editrice Vaticana