Ángelus del domingo 9 de noviembre de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 9 de noviembre de 1980

1. La solemnidad de la Dedicación de la Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma, orienta nuestros pensamientos y nuestros corazones, en el domingo de hoy, hacia este venerado templo.

Desde hace tiempo, se suele llamar a la Basílica Lateranense "madre" de las Iglesias en la Iglesia Romana, porque ella, como catedral episcopal de los Sucesores de San Pedro, tiene materna solicitud por todos los otros centros de culto de la Nueva Alianza, por todas las moradas de Dios con su pueblo en esta Iglesia Apostólica. Como "madre" la veneran también las Iglesias de las Comunidades católicas esparcidas por el mundo, viendo en ella la Iglesia que "preside en la caridad" (Ignacio, Ep. ad Rom. inscr) y el centro "al que, por su más poderosa principalidad, se unen todas las Iglesias, es decir, cuantos fieles hay, de dondequiera que sean" (Ireneo. Adv. haer., 3, 3, 2).

Cuando decimos "madre", pensamos no tanto en el edificio sagrado de la Basílica Lateranense, cuanto en la obra del Espíritu Santo, que se manifiesta en este edificio fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las Comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que Él preside. Esa unidad presenta un carácter casi familiar ―y como en la familia está la "madre"―, así también la venerada catedral lateranense "hace de madre" para las Iglesias de todas las Comunidades del mundo católico.

2. Mis pensamientos se dirigen también, este domingo, hacia todas esas Iglesias y Comunidades, que me será dado visitar en el territorio alemán, comenzando por Colonia y luego, a través de Bonn, Osnabrück, Maguncia, Fulda, hasta el santuario mariano de Altötting, y finalmente Munich de Baviera.

El 700 aniversario de la muerte de San Alberto Magno habla en favor de esta visita que, por desgracia ―a pesar del programa de 5 días―, no permite llegar a tantos centros importantes de la vida eclesial, vinculados con la historia y la cultura de esta gran nación.

Juzgo esta visita particularmente importante también desde el punto de vista ecuménico, tanto más que tiene lugar en el 450 aniversario de la famosa "Confessio Augustana".

Ya desde ahora deseo manifestar mi gratitud tanto a la Conferencia Episcopal que preside el cardenal Höffner, de la que partió la iniciativa de la visita de este año, como a las supremas autoridades del Estado, que, por su parte, se han asociado tan gentilmente a esta invitación.

Encomiendo a las oraciones de todos este servicio tan importante y de tanta responsabilidad del Obispo de Roma.

3. Mi pensamiento va ahora a la Iglesia que está en Japón, a cuyos excelentísimos prelados he tenido la gran alegría de recibir, el pasado mes de mayo, en visita "ad Limina".

Estos encuentros han representado un momento especial de unidad eclesial, una celebración viva de la fe común, una búsqueda fraterna de respuestas adecuadas que la Iglesia y la sociedad japonesas esperan.

Con los casi 400.000 fieles y 16 circunscripciones eclesiásticas, la Iglesia católica es muy apreciada por la aportación que da con sus instituciones a la afirmación de los valores morales, sobre todo en el campo educativo y cultural, además del de la promoción humana en general. Son motivos de esperanza el florecimiento de las vocaciones y el creciente compromiso de los laicos por un testimonio cada vez más auténtico del Evangelio, para que la Buena Nueva pueda ser acogida, con renovada generosidad, por el pueblo japonés.

A esa Iglesia, a todo ese pueblo ―laborioso y apegado a las tradiciones, atento y sensible también a la dimensión espiritual― dirijo mi saludo y mi bendición llena de buenos deseos.

Confío estos sentimientos a la oración que ahora elevamos a la Virgen, y a la intercesión del mártir Pablo Miki y a sus heroicos compañeros que fueron al encuentro de la muerte proclamando los nombres benditos de Jesús y de María.

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