Ángelus del domingo 9 de septiembre de 1984
VIAJE APOSTÓLICO A CANADÁ
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 9 de septiembre de 1984
Catedral de Notre Dame de Québec
Queridos hermanos y hermanas:
Al llegar a Québec, yo agradezco que me hayáis recibido inmediatamente en vuestra catedral. Me alegra encontrar en este lugar al arzobispo de Québec, mons. Louis-Albert Vachon, con sus obispos auxiliares, rodeados del capítulo catedral, de sus colaboradores y representantes de las comunidades que constituyen la Iglesia viva en el corazón histórico de vuestra provincia. A todos mi más cordial saludo.
Saludo igualmente al alcalde de Québec y a las personalidades civiles aquí presentes. Les expreso mi gratitud por su acogida tan cortés y por todo el cuidado que, en colaboración con los obispos, han puesto en la organización de esta primera etapa de mi visita pastoral a Canadá.
Dentro de un instante tendré la ocasión de acercarme a la tumba de vuestro primer obispo, el Beato Francisco de Laval. Pero, ¿cómo no evocar ya aquí la figura de este fundador? Vino a Québec como testigo ardiente de la renovación espiritual en la que había participado en Francia, como misionero y como Pastor. Como vicario apostólico, se preocupó de estrechar los lazos entre la Sede Apostólica de Roma y la comunidad cristiana entonces naciente, que se irradiaría después en la mayor parte de América del Norte. Tuvo la alegría de fundar una diócesis de derecho pleno, reforzando aún más los lazos de confianza con el Papa. Mi venida a vosotros ilustra la perennidad de los mismos.
Ha sido una cosa buena que para encontrar a la comunidad de esta diócesis haya venido ante todo a esta basílica catedral. Lugar principal del ministerio episcopal, centro desde el que se irradia el presbyterium hacia todas las parroquias y demás instituciones, hogar de oración, la Iglesia-madre recuerda a todos la unidad del Cuerpo de Cristo con diversidad de miembros, pero participando todos en la misma vida. Ya desde ahora quisiera dar gracias con vosotros por la Palabra y el Pan de vida dados en este lugar y transmitidos hasta lejos. Con vosotros pido a Dios que os dé fuerza para cumplir vuestra misión en la esperanza y la alegría.
Confiamos nuestra oración a Nuestra Señora de Québec a quien está dedicada esta basílica. Que la Madre del Señor sostenga a los hijos e hijas de Québec en la fe y en la generosidad pura de la que Ella es testimonio admirable. La invocamos sencillamente con la plegaria del saludo angélico:
Angelus...
Y de todo corazón os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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