Ángelus del martes 1 de enero de 1980
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Martes de 1 de enero de 1980
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Día mundial de la Paz
1. Deseo iniciar el año junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, que amáis esta plegaria comunitaria de mediodía con el Papa. Deseo iniciar el año del Señor 1980 con la adoración de Dios en la Santísima Trinidad. Él, en efecto, es el Principio y el Fin de todo. A Él honor y gloria por los siglos. Ninguna parte de nuestro tiempo y ninguna parte de nuestro ser puede substraerse a Aquel que es "la plenitud del que lo acaba todo en todos" (Ef 1, 23). Además, no se puede substraer a la gloria de Dios viviente este año que comenzamos hoy. Cuando el hombre se signa con el signo de la cruz y pronuncia las palabras "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", manifiesta que Él todo entero es de Dios y que a Él dirige su intelecto, su corazón, sus brazos: toda su humanidad. Así hace el hombre antes de la oración y del trabajo. Así comienza cada día. Hagamos lo mismo. Y abracemos con el signo de la salvación este año entero en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que este año no nos aleje de Dios, sino que nos acerque a Él.
2. El signo de la cruz es el signo de Cristo. A Él pertenece el tiempo humano y toda su medida, porque Él nos ha redimido pagando el precio de su Sangre por la incomparable dignidad del hombre en todas sus generaciones.
Este año 1980 sea la nueva etapa en la historia de nuestra salvación. Traiga más verdad y más amor a los corazones de los hombres. En las grandes luchas de la generación contemporánea haga prevalecer el plato de la balanza del bien y debilite el horrendo del mal En las tensiones internacionales, que precisamente en las últimas semanas, y todavía más en estos días, parecen hacerse más graves, especialmente en el continente asiático, prevalezca el sentido de responsabilidad, y la consideración del supremo interés de la paz, en el respeto de los principios que regulan la convivencia internacional y sobre todo de los derechos de todos los pueblos.
Comience bien esta penúltima década de nuestro siglo. ¡Sea el año de la paz! Por ello, sobre todo recemos hoy en el nombre de Jesucristo. A ello dirijamos los pensamientos y las obras de todos los hombres de buena voluntad en el mundo. A ello debe también servir el mensaje, que recuerda que en la base de la paz se encuentra la verdad. Esta es su fuerza. Si no hacemos referencia a esta fuerza, los múltiples cálculos y las declaraciones podrán desilusionarnos terriblemente. El horror de la guerra en el futuro es tan grande que no nos está permitido correr el riesgo de la no-verdad, porque ésta, si bien directamente no provoca la guerra, sin embargo prepara de varios modos el camino a ella.
3. Iniciamos, por tanto, este año en el espíritu de ese reclamo a la verdad, que nos ha enseñado Cristo. Lo iniciamos además con otro acto de dedicación a Aquella que es la Madre de Cristo. A Aquella que ha dado la vida humana al Hijo de Dios.
Quisiéramos extender sobre los hombres el manto de esta Maternidad, que la Iglesia rodea con particular veneración en el primer día de año nuevo, dado que es contemporáneamente el último día de la octava de Navidad.
Quisiéramos, pues, con esta Maternidad proteger a la humanidad entera de todo mal que le amenaza. Puesto que Ella es muy potente. Lo testimonia con la Palabra Divina y la vida de la Iglesia. No hay en el mundo otra cosa que requiera protección y seguridad tanto como la maternidad. Y no hay nada que pueda asegurar la paz mejor que ella.
Recitemos por primera vez el "Ángelus". Meditemos la maternidad de la Madre de Dios, encomendémonos a Dios en esta plegaria la gran causa de la paz en el mundo.
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