Ángelus del miércoles 15 de agosto de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Miércoles 15 de agosto de 1979
Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

1. Deseo rezar hoy con todos vosotros el "Angelus Domini": esta oración de Nazaret, la oración de la Anunciación.

La rezamos en el día de la Asunción de María al cielo. La Anunciación resuena hoy en esta oración como acorde final. Es un acorde de glorificación, que se añade a todos los misterios de la vida terrena de la Madre de Dios: misterios gozosos y dolorosos. La Asunción misma de la Madre al cielo completa los misterios gloriosos de su Hijo: la resurrección y ascensión al cielo. Siguiendo las huellas del que ha resucitado y subido al cielo, María, su Madre, es asunta al cielo y coronada de esa gloria que corresponde a la Madre de Dios.

Deseo también hoy, aquí, en Castelgandolfo, dirigir la mirada, junto con vosotros, hacia Aquella a quien el gran Pablo VI indicaba como "señal grande" y llamaba con espíritu profético: "Comienzo de un mundo mejor".

Por mucho que el mundo pueda pesar sobre nosotros, por mucho que pueda encerrar en si de mal, de pecado, de sufrimiento, la mirada de la fe, fija en la Madre de Dios, vuelve a descubrir siempre en ella el "comienzo de un mundo mejor". Este es el fruto particular de la fiesta de la Asunción de María al cielo.

2. Como sabéis, en los últimos días de septiembre y primeros de octubre iré a Irlanda y luego a la Sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, en los Estados Unidos de América. Son nuevas etapas de mi programa apostólico que he emprendido como Pastor Supremo de la santa Iglesia. Quiero encomendar desde ahora este viaje a María, Asunta al cielo, Madre de la Iglesia, para que, con su protección materna, pueda marcar pasos alegres y duraderos en el camino de la caridad, de la justicia, de la paz.

3. Expreso un deseo de felicidad a cuantos pasan en merecido descanso el período tradicional de vacaciones en estos días de agosto, llamado precisamente "ferragosto". Deseo de corazón que este descanso de las apremiantes preocupaciones cotidianas del trabajo sea para todos ocasión muchísimo más propicia para estar más en contacto con la naturaleza, cofre de las bellezas inefables de Dios Creador, y dispensadora generosa, en el mar o en los montes, de vigorizante bienestar físico. Pero sobre todo me complazco en desear que a las renovadas energías del cuerpo se una estrechamente el enriquecimiento del espíritu, que, con la contemplación de tantas maravillas, pueda unirse más fácilmente a Aquel que es su fuente y principio increado.

Y no puedo olvidar a quienes la falta de bienes materiales no permite un bien merecido descanso fuera de la propia casa, aunque estén necesitados y quizá más que otros de atención y cuidados.

A estos hermanos y hermanas nuestros dirijo mi particular palabra de consuelo y de comprensión paterna: su aceptación humilde de las incomodidades se convierte en incremento espiritual para ellos mismos y para bien de toda la Iglesia.

La Virgen Asunta al cielo asista a todos con la generosidad inefable de que sólo es capaz la Madre de Dios.

4. Finalmente, no puedo menos de recordaros a los aquí presentes que tomáis parte consciente en los hechos de la Iglesia universal, la noble figura del cardenal John Joseph Wright, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Clero, a quien el Señor llamó a sí el viernes pasado, 10 de agosto. El ha coronado con una santa muerte una existencia gastada totalmente por Cristo y por la Iglesia: como sacerdote, como obispo en los Estados Unidos de América, como cardenal al frente de un dicasterio importante, se ha mantenido fiel a su lema: resonare Christum corde romano. Lema que dice todo sobre su vida. Efectivamente, el cardenal Wright, ha sido una voz segura que ha predicado a nuestro Señor con una fidelidad, una rectitud que nacían de su innato sensus Ecclesiae.

El cardenal Wright, se ha hecho amar siempre de cuantos le han conocido, porque ocultaba bajo su simpatía una claridad de ideas y una bondad y dulzura singulares.

Todos nosotros confiamos que el Señor le haya reservado la suerte de los justos; y, por esto, rezamos, confiando su alma inmortal a la intercesión materna de la Virgen Asunta al cielo.

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