Ángelus del miércoles 26 de diciembre de 1979
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Miércoles 26 de enero de 1979
Fiesta de San Esteban
1. Saludo cordialmente a todos los presentes en la plaza de San Pedro, en este segundo día de la octava de Navidad. Esta octava comenzó con la solemnidad de ayer y terminará el día primero de año. Hoy, en el segundo día de la octava, en la alegría de Navidad, se inserta el testimonio del Protomártir San Esteban.
Y por esto nuestro recuerdo y nuestro corazón se dirigen hoy a todos los que hacen actual con el sufrimiento, con la lapidación, con la persecución, el testimonio dado por Cristo. Recuerden siempre que están en el corazón mismo del misterio de Navidad, como San Esteban Protomártir, a quien la Iglesia venera durante la octava de Navidad, a través de los siglos. Recuerden, pues, todos los que sufren o padecen persecución, que se encuentran en el corazón de la iglesia, y las palabras que hoy pronuncio son testimonio de ello.
2. Asimismo deseo que nuestro recuerdo en este día abrace a todos los que padecen hambre, y éstos, por desgracia, constituyen una multitud de varios millones en la gran familia humana. Dios bendiga el servicio apostólico de la madre Teresa de Calcuta y de su congregación de "Misioneras de la Caridad". Que el misterio del nacimiento de Dios transforme en alegría profunda su fatiga cotidiana y su servicio a los minusválidos y a los que mueren de hambre. Madre Teresa ha dedicado su vida con abnegación total a los más pobres y abandonados, a los sin casa, a los ciegos, a los leprosos, a la infancia abandonada. El suyo es un testimonio continuo de profundo amor a los hermanos y un estímulo fecundo para la auténtica promoción humana y social.
Tanto las religiosas de madre Teresa como tantas otras de diversas congregaciones saben bien cuán grande es la alegría que se experimenta al olvidarse de sí mismas para poder hacer el bien a los demás. Esta alegría es siempre y en todas partes un testimonio de Navidad.
3. Y ahora leeré un trozo de una carta que he recibido poco antes de las fiestas navideñas, en la que se describe la situación dramática de los prófugos de Camboya: "Santo Padre, un compromiso, una promesa hecha hace sólo unos pocos días en la frontera camboyana, nos obliga hoy a dirigirle esta llamada. Le hablo de gente olvidada en un campo fantasma, que sólo por casualidad hemos descubierto. No creíamos a nuestros ojos el día 15 de noviembre a sólo un kilómetro de los límites de Camboya. Ante nosotros un campamento de 235.000 personas, amontonadas unas sobre otras, restos humanos, desnutridos, esqueléticos, y en los límites de la supervivencia. No le describo las escenas de los heridos, de los mutilados, de los niños con llagas horrendas, en quienes no hay ojos y mucho menos lágrimas. Ni un grito ni un lamento, solamente muerte y desolación... Fuimos acogidos como salvadores, únicos reporteros hasta ese momento que han descubierto este campo. Solamente el 15 de noviembre cayeron entre los prófugos 86 proyectiles de mortero de 125 milímetros... Pero ¿qué podemos darles? Faltaban y faltan todavía médicos, enfermeros, auxilios y especialmente medicinas. Nos han pedido que les enviemos antimaláricos, vitaminas, entidisentéricos, anticoléricos, antitíficos. Se cierne sobre el campo el fantasma de una epidemia de cólera. La malaria afecta al 99 por ciento de la población. ¡'Decídselo al Papa'!, han sido sus últimas palabras. Hemos cumplido la promesa".
Este recuerdo de hoy sea una respuesta a las palabras de la citada carta. Cuando humanamente nos sentimos impotentes frente a sufrimientos tan atroces, entonces nace una gratitud tanto mayor hacia los hombres para quienes estos sufrimientos constituyen un desafío a causa de las solicitudes y de los esfuerzos, a veces sobrehumanos, que ellos realizan para aliviar la suerte de quienes están más abandonados.
4. Cristo nacido nos habla con el testimonio de San Esteban. Ensanchemos nuestros corazones y acojamos en ellos todas las aflicciones y sufrimientos de nuestros hermanos y de nuestras hermanas, a fin de que la alegría del nacimiento de Dios sea auténtica y digna del misterio que vivimos.
Este es el deseo sincero que os dirijo y renuevo a todos vosotros, a vuestras familias y a vuestras personas queridas, con un recuerdo especial para los enfermos.
© Copyright 1979 - Libreria Editrice Vaticana