Ángelus del sábado 26 de diciembre de 1987

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Sábado 26 de diciembre de 1987
Fiesta de San Esteban

1. Queridísimos hermanos y hermanas romanos huéspedes:

Nos encontramos en la plaza de San Pedro, en torno a este belén, que constituye un signo visible de la solemnidad y de la octava de Navidad. Nos encontramos en torno al misterio natalicio. Hemos contemplado ayer la profundidad y la belleza de este sublime misterio humano-divino, y hoy, en la fiesta de San Esteban Protomártir, contemplamos el mismo misterio en un momento aparentemente diferente, pero muy profundamente unido al misterio natalicio. Sí, la memoria del Protomártir de Jerusalén, la memoria de San Esteban diácono, nos introduce en la finalidad profundísima del misterio natalicio, de la Encarnación del Hijo de Dios. Él se ha hecho hombre, naciendo de la Virgen María, para hacernos hijos de Dios, como nos ha recordado ayer el evangelista Juan en la tercera celebración eucarística de la Navidad. Nos ha dado la fuerza, el poder de llegar a ser los hijos de Dios, y esto quiere decir que todos estamos llamados a otro nacimiento, no solamente al nacimiento terreno. Estamos llamados al nacimiento divino, que logra su cumplimiento después de la vida terrena, pero que comienza ya en esta vida. Desde este punto de vista, San Esteban Protomártir constituye, podemos decir, una encarnación de esta verdad que nos revela la santa Natividad de Jesús. Y así vivamos hoy el Nacimiento de Jesús, vivamos el misterio de Belén en el portal, vivamos en la perspectiva que nos ha abierto esta Navidad.

2. Saludo cordialmente a todos los presentes y me alegra que este belén de la plaza de San Pedro atraiga a tantos romanos y a tantos huéspedes, especialmente a los jóvenes y a los niños, que quieren ver al Hijo de Dios como un coetáneo suyo, como uno de ellos, un pequeñito, un niño, un recién nacido. Recemos por tanto por las familias, por los niños, por las madres, por los progenitores; por nuestra Madre Iglesia, que nos engendra a la vida eterna, al nacimiento definitivo del hombre en Dios mismo.

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