Angelus: 1 de marzo, 1998

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 1 de marzo de 1998

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El miércoles pasado, con el tradicional rito de la ceniza, hemos entrado en el clima austero y penitencial de la Cuaresma. Este tiempo litúrgico, que recuerda los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, constituye para todo bautizado una fuerte invitación a la conversión, para llegar renovados interiormente a celebrar la Pascua, memorial solemne de la salvación.

Durante este año dedicado particularmente al Espíritu Santo, quisiera recordar que, como subrayan los textos evangélicos, es precisamente el Espíritu Santo quien lleva a Cristo al desierto (cf. Lc 4, 1), para ser tentado por el diablo. También el cristiano, cuya existencia es guiada por el mismo Espíritu, recibido en el bautismo y en la confirmación, está llamado a afrontar, sostenido por la gracia de Cristo, el combate diario de la fe. La Cuaresma es el tiempo «favorable » para una profunda verificación de la propia vida, a la luz de la palabra de Dios.

2. Para la diócesis de Roma, la Cuaresma reviste este año un significado singular, pues es tiempo de misión. Como he recordado el jueves pasado durante el tradicional encuentro con el clero de Roma, la misión ciudadana entra precisamente ahora en su momento culminante. En efecto, en muchas parroquias está en pleno desarrollo la visita a las familias, mientras se acerca a grandes pasos el esperado jubileo del año 2000.

Quisiera repetir hoy a cada habitante de nuestra ciudad: «¡Abre la puerta a Cristo, tu Salvador!». Precisamente estas palabras constituyen el tema de la misión ciudadana. Mi deseo es que cada familia de la diócesis las escuche.

3. Quisiera, por último, invitaros a dar gracias conmigo al Señor por la feliz conclusión del acuerdo de Bagdad, con la esperanza de que gracias a él se haya evitado definitivamente el peligro del recurso a las armas.

Una particular palabra de aprecio va también al secretario general de la ONU y a todos los que, en esta difícil crisis, han querido creer en la buena voluntad de los hombres. Su éxito diplomático es, ciertamente, una victoria de la comunidad internacional.

La situación sigue siendo delicada y compleja, pero la esperanza es fuerte: que Dios continúe iluminando a todos los que se preocupan por el destino del pueblo iraquí y por la paz en Oriente Medio. Encomendemos estos anhelos a María santísima, Reina de la paz, implorando su protección materna.

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Después del Ángelus

Invocando al inicio de este tiempo penitencial de gracia y conversión el nombre de María la Virgen, figura de la Iglesia orante, confío a ella vuestras ilusiones y esperanzas, así como vuestros hogares y familias cristianas.

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Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, de modo particular a cuantos se adhieren al compromiso promovido por los institutos misioneros en Italia con el lema: «Liberemos a los países pobres de las deudas».

Con respecto a este grave problema, reafirmo la propuesta de considerar este momento histórico, en que nos preparamos para el gran jubileo, como el tiempo oportuno para una reducción consistente, si no incluso para una condonación total, de la deuda externa que grava como una piedra sobre el destino de muchas naciones del mundo.

Aliento a las instituciones políticas y económicas a proseguir y aumentar sus esfuerzos para hallar soluciones justas, privilegiando las que ayuden a esas poblaciones a ser parte activa del desarrollo de sus países.

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