Angelus 11 de enero de 1998

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 11 de enero de 1998

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La Iglesia celebra hoy la fiesta del Bautismo del Señor, con la que concluye el tiempo de Navidad.

El evangelio narra que Jesús empezó su vida pública yendo a que lo bautizara Juan Bautista en el río Jordán. De ese modo, quiso asociarse a sus numerosos compatriotas que realizaban ese gesto de purificación y de preparación para el reino mesiánico. Esta decisión parece desconcertante, hasta el punto de que el mismo Juan no la comprende y, al inicio, no quiere bautizarlo. Sólo lo hará por la insistencia de Jesús, que desea cumplir lo que es justo a los ojos del Padre (cf. Mt 3, 15), haciéndose solidario con los pecadores, porque es el Cordero de Dios que vino para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29). El Espíritu baja sobre él, recogido en oración, y en ese momento «vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto"» (Lc 3, 22).

2. También este año he tenido la alegría de administrar, esta mañana, en la capilla Sixtina, el sacramento del bautismo a un grupo de recién nacidos: diez niños y nueve niñas procedentes de Italia, México, Brasil y Polonia.

¡Doy gracias, con vosotros, al Señor por estas criaturas y por cada vida nueva! Cada niño que viene al mundo es «epifanía» de Dios, es don de vida, de esperanza y de alegría. En cada bautizado la Iglesia ve renovarse, junto con el don de la vida, el prodigio de la fe; advierte su perenne florecimiento en sus hijos y percibe el misterio de la salvación, que es para todos los hombres.

Pido a Dios por los niños que están por nacer y por los niños de todas las naciones del mundo: ¡ojalá que cada uno de ellos encuentre acogida y amor! Y pido por los cristianos adultos para que, siempre conscientes del valor del bautismo que han recibido y de la confirmación con que lo han robustecido, cultiven la fe heredada de sus padres y se sientan piedras vivas del edificio espiritual que es la Iglesia.

3. A María, Madre de cuantos renacen a una nueva vida por el Espíritu Santo, encomendemos a los niños que acabo de bautizar y a sus familias. A ella, Madre de la Iglesia, encomendemos a los catecúmenos, que en tantas partes del mundo se están preparando para recibir el bautismo, a fin de que puedan asumir con valentía y fidelidad los compromisos bautismales y sean ejemplo de rectitud y generosidad evangélica.

Al término del tiempo de Navidad y al comienzo del nuevo año, os renuevo a todos, por intercesión de la Madre de Dios, mis mejores deseos.

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