Angelus 11 de julio, Les Combes
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 11 de julio de 2004
Amadísimos hermanos y hermanas: 1. Os saludo con afecto a todos los que habéis venido a Les Combes para compartir conmigo la acostumbrada cita dominical del Ángelus. Doy sinceramente las gracias al alcalde de Introd y a sus colaboradores por la amable acogida, así como a las autoridades regionales y provinciales y a cuantos, durante estos días, me garantizan a mí y a mis colaboradores una serena estancia entre estas hermosas montañas del Valle de Aosta.
Saludo en particular y expreso mi cordial agradecimiento al obispo de Aosta, monseñor Giuseppe Anfossi, y a toda la comunidad eclesial de la Vallée. Con especial afecto pienso en los enfermos y en quienes atraviesan más dificultades y necesidades.
Saludo al cardenal arzobispo de Turín y a los hermanos en el episcopado, y les agradezco su presencia.
2. En este remanso de paz, ante el maravilloso espectáculo de la naturaleza, se experimenta fácilmente cuán benéfico es el silencio, un bien hoy cada vez más raro. Las numerosas oportunidades de relación y de información que ofrece la sociedad moderna amenazan a veces con quitar espacio al recogimiento, impidiendo a las personas reflexionar y orar. En realidad, sólo en el silencio el hombre logra escuchar en lo más profundo de la conciencia la voz de Dios, que verdaderamente lo hace libre. Y las vacaciones pueden ayudar a redescubrir y a cultivar esta indispensable dimensión interior de la existencia humana.
3. Ciertamente, María santísima es el modelo perfecto de escucha de Dios, que habla al corazón humano. A ella nos dirigimos, pensando en los santuarios marianos del Valle de Aosta y en las imágenes de la Virgen que se encuentran en las calles y a lo largo de los senderos. En particular, bendigo la estatua de la "Virgen del Gran Paraíso", restaurada cincuenta años después de su colocación en la cima de esa majestuosa montaña. María, a la que dentro de algunos días celebraremos como Reina del Monte Carmelo, nos ayude a captar en la belleza de la creación un reflejo de la gloria divina, y nos impulse a tender con todas nuestras energías hacia la cumbre espiritual de la santidad.
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