Angelus, 27 de diciembre de 1998
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 27 de diciembre de 1998
Fiesta de la Sagrada Familia
1. En el clima gozoso de la Navidad, la Iglesia, reviviendo con nueva admiración el misterio del Emmanuel, el Dios con nosotros, nos invita a contemplar hoy a la Sagrada Familia de Nazaret. En la contemplación de este admirable modelo la Iglesia descubre valores que vuelve a proponer a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas.
«¡Oh, Familia de Nazaret, imagen viva de la Iglesia de Dios!». Con estas palabras, la comunidad cristiana reconoce en la comunión familiar de Jesús, María y José, una auténtica «regla de vida»: cuanto más sepa realizar la Iglesia la «alianza de amor» que se manifiesta en la Sagrada Familia, tanto más cumplirá su misión de ser levadura, para que «los hombres constituyan en Cristo una sola familia» (cf. Ad gentes, 1).
2. La Sagrada Familia irradia una luz de esperanza también sobre la realidad de la familia de hoy. Consciente de esto, el Consejo pontificio para la familia ya ha comenzado a trabajar para preparar el III Encuentro mundial de las familias, que se celebrará en Roma los días 14 y 15 de octubre del año 2000, en el marco del gran jubileo. La preparación se centra en el lema que la inspira: «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad». El encuentro anterior tuvo lugar en Río de Janeiro. Y el primero, hace cuatro años, en Roma. El próximo será el tercero.
Sí, precisamente en Nazaret brotó la primavera de la vida humana del Hijo de Dios, en el instante en que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María. Entre las paredes acogedoras de la casa de Nazaret, se desarrolló en un ambiente de alegría la infancia de Jesús, que «crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).
3. Así, el misterio de Nazaret enseña a toda familia a engendrar y educar a sus hijos, cooperando de modo admirable en la obra del Creador y dando al mundo, con cada niño, una nueva sonrisa.
En la familia unida los hijos alcanzan la maduración de su existencia, viviendo la experiencia más significativa y rica del amor gratuito, de la fidelidad, del respeto recíproco y de la defensa de la vida.
Ojalá que las familias de hoy contemplen a la Familia de Nazaret a fin de que, imitando el ejemplo de María y José, dedicados amorosamente al cuidado del Verbo encarnado, obtengan indicaciones oportunas para sus opciones diarias de vida.
A la luz de las enseñanzas aprendidas en esa escuela insuperable, todas las familias podrán orientarse en el camino hacia la plena realización del designio de Dios.
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