Angelus 5 de septiembre, Loreto
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Loreto, domingo 5 de septiembre de 2004
Queridos hermanos: 1. Al terminar esta intensa celebración, quiero expresaros una vez más la alegría de haber podido estar con vosotros. Estad siempre dispuestos a escuchar la voz del Señor Jesús.
Del mismo modo que él tuvo necesidad del fiat de María para encarnarse, así su Evangelio también tiene necesidad de vuestro sí para hacerse historia en el mundo de hoy.
2. Un saludo muy especial a los peregrinos de la archidiócesis de Barcelona y de la diócesis de Vic, acompañados por el señor cardenal Ricardo María Carles, por monseñor Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, por el obispo de Vic y los demás obispos de Cataluña.
El nuevo beato significa un gran honor para vuestra tierra. Su figura como hombre, médico y presbítero es un ejemplo luminoso para los cristianos de nuestro tiempo.
Saludo también cordialmente a los peregrinos de otras diócesis de España y de América Latina que, junto con sus obispos, han participado en el Congreso mundial de la Acción católica.
La Acción católica es y quiere ser la escuela en la cual se aprende a elegir a Dios con todo el corazón y a seguir a Cristo como único Señor de nuestra vida.
3. Queridos hermanos, os invito a renovar vuestro sí y os dejo tres consignas. La primera es "contemplación": esforzaos por caminar por el sendero de la santidad, manteniendo fija la mirada en Jesús, único Maestro y Salvador de todos.
La segunda consigna es "comunión": tratad de promover la espiritualidad de la unidad con los pastores de la Iglesia, con todos los hermanos de fe y con las demás asociaciones eclesiales. Sed fermento de diálogo con todos los hombres de buena voluntad.
La tercera consigna es "misión": llevad como laicos el fermento del Evangelio a las casas y a las escuelas, a los lugares de trabajo y de tiempo libre. El Evangelio es palabra de esperanza y de salvación para el mundo.
La dulce Virgen de Loreto os obtenga la fidelidad a vuestra vocación, la generosidad en el cumplimiento del deber diario y el entusiasmo al dedicaros a la misión que la Iglesia os encomienda.
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