Ceremonia de bienvenida - Aeropuerto de Quito, 29 de enero de 1985

Autor: Juan Pablo II

 

VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto de Quito
Martes 29 de enero de 1985

 

Señor Presidente,
hermanos en el Episcopado,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

Mis primeras palabras al pisar suelo ecuatoriano quiero que sean de agradecimiento a Dios por haberme comedido realizar este viaje apostólico, que me permite encontrarme con los hijos de esta noble nación, de tan ricas tradiciones e historia.

Agradezco al Señor Presidente las amables palabras de saludo y bienvenida que ha tenido a bien dirigirme, y también la invitación que me hizo, junto con mis hermanos en el Episcopado, para visitar el país.

A la calurosa acogida que me dispensáis en este aeropuerto Mariscal Sucre correspondo con sentimientos de profundo aprecio y gratitud. Llegue a todos mi cordial saludo. Ante todo al señor cardenal Pablo Muñoz Vega, arzobispo de esta ciudad de Quito, al Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Bernardino Echeverría, a los demás obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, seglares de los movimientos apostólicos y pueblo fiel.

Me llena de gozo encontrarme en este centro geográfico del mundo, patria de Atahualpa, cuna de preclaros hijos de la Iglesia, como Mariana de Jesús, el Santo Hermano Miguel, Mercedes de Jesús Molina, y tantos otros que desde la gloria de los altares o en el anonimato de una vida de servicio al prójimo, han ido forjando día a día el alma generosa, noble y cristiana del hombre ecuatoriano.

Coincide mi visita con el inicio de la novena de años que ha de preparar la celebración solemne y con ánimo agradecido a Dios, por los 500 años de evangelización de América Latina. Estamos viviendo momentos cruciales para el futuro de esta nación y de este continente, y es por ello necesario que el cristiano, el católico, tome mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se empeñe con renovado entusiasmo en construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora.

Estos son los motivos que han determinado mi visita para conoceros mejor, confirmares en la fe, alentar y animar desde el Evangelio todos los anhelos y aspiraciones orientados a promover una mayor justicia social, un mayor respeto por la dignidad del ser humano y sus derechos, una más decidida voluntad por parte de todos de servir, de ayudar, de amar, para enriquecer los espíritus y promover las personas.

Estoy seguro de que los hijos de esta tierra, favorecida por el Creador con tantas bellezas naturales, continuarán siendo fieles —según las exigencias de los nuevos tiempos— a su identidad histórica, cultural y religiosa. Fieles siempre a su fe cristiana, a su conciencia de pueblo y a su vocación de libertad y justicia, que aleje toda tentación que pueda amenazar esos valores superiores del individuo y de la sociedad. Como sé que se harán asimismo forjadores de hermandad, diálogo y entendimiento entre la gran comunidad de naciones de este continente que con razón puede ser llamado el continente de la esperanza.

En las manos de la Virgen Santísima, Nuestra Madre, pongo las intenciones de mí viaje apostólico, mientras ya desde ahora, a todos los ecuatorianos, del campo y de la ciudad, de la sierra, de la selva y de la costa, del Carchi a Macará, de las Islas Galápagos, imparto de corazón mi afectuosa Bendición Apostólica.