Ceremonia de bienvenida, Lima-Callao

Autor: Juan Pablo II

 

VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DE JUAN PABLO II

Aeropuerto de Lima-Callao (Perú)
Viernes 1 de  febrero de 1985

 

Señor Presidente,
hermanos obispos del Perú,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

 

1. Acabo de pisar  tierra peruana. Y al besarla, he querido manifestar mi estima profunda hacia todos sus habitantes, que desde este momento me acogen con corazón abierto.

Por ello, la primera palabra que viene a mis labios es la de un cordial ¡gracias! ¡Muchas gracias!

Gracias ante todo al Señor Presidente de la nación, que me invitó amablemente a visitar el país y que me ha dado la bienvenida en nombre de todos los peruanos, con palabras tan dignas de aprecio. Ellas recogen el sentir de los católicos del Perú, que, en espíritu de fe, tan vinculados han estado tradicionalmente al Papa.

Gracias al señor cardenal arzobispo de Lima y Presidente de la Conferencia Episcopal, al señor arzobispo-obispo del Callao en cuya jurisdicción se halla este aeropuerto Jorge Chávez, y al secretario general de la Conferencia Episcopal. Ellos me reciben en nombre de todos los obispos, que amablemente me invitaron a venir a Perú y que aguardan en la catedral limeña nuestro primer encuentro, y a los que desde ahora saludo cordialmente.

Gracias a todas las autoridades, tanto nacionales como locales, civiles o militares, que han querido venir a recibirme.

Y gracias al querido pueblo fiel del Perú; a cuantos hoy encuentro o encontraré, y a tantos otros que de diversas maneras me han mostrado su deseo de verme en su ciudad o en sus ambientes de trabajo. Aunque evidentes exigencias organizativas no me permitan visitar otros lugares que habría deseado, a todos se extiende mí gratitud y recuerdo.

2. El nombre del Perú hace evocar los ecos remotos del Imperio Inca del Tahuantinsuvo, que supo vencer la formidable barrera de los Andes. Después de la evangelización, ese nombre habla de figuras tan notables como los Santos Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Francisco Solano, Martín de Porres, Juan Macías, Sor Ana de los Ángeles, que mañana veremos beatificada en su propia tierra arequipeña.

Ello ha permitido un proceso de mestizaje integrador, no sólo racial, sino cultural y humano, que se plasma de tantas maneras en vuestra vida diaria. En ese proceso la Iglesia no ha estado ausente, sino que, como reconoce vuestra misma Constitución, ella ha tenido un papel «importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú» (art. 86).

¡Cuántas son las fechas significativas en la historia del Perú —en el que se dieron también cita los ideales de San Martín y de Bolívar— en las que se halla una presencia, creadora de identidad histórica, de la fe cristiana, del impulso religioso, de la obra de la Iglesia! Son elementos que han buscado una síntesis integradora, no siempre fácil, en vuestra alma nacional.

En este momento histórico, es necesaria una creciente solidaridad entre todos vosotros y un nuevo descubrimiento de vuestras raíces humanas y religiosas; para crear nuevas fuerzas de justicia a todos los niveles, para superar las funestas tentaciones de los materialismos, para dar a cada peruano una dignidad renovada que lo haga libre en su interior y bien consciente de su destino ante Dios, ante sí mismo y ante la sociedad.

Ahí entra el gran papel de las fuerzas interiores; ahí se coloca la importante función de la fe, para cambiar desde dentro las personas y, mediante ellas, la sociedad. Porque no se podrá avanzar «en el camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, sí no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones» (Redemptor hominis, 16).

Estos son los ideales que quiero servir con mi visita, y que desearía se tradujesen en una ayuda al robustecimiento de la fe del pueblo peruano y en una promoción de la causa de su paz, de la convivencia en el mutuo respeto, de la reivindicación del derecho de cada uno por vías de diálogo y no de violencia.

Los quinientos años de la evangelización de estas tierras —fecha para nosotros tan cercana— son una exigencia de construcción urgente de un hombre latinoamericano y peruano más recio en su fe, más justo, más solidario, más respetuoso del derecho ajeno al defender y reivindicar el propio, más cristiano y más humano.

Que la Virgen Santísima, tan venerada en toda la nación, nos alcance en estos días abundancia de luz y gracia. Y que el Señor de los Milagros aumente en cada peruano la fe, la unión, la fraternidad. Con gran confianza, bendigo desde ahora a cada hijo del Perú.

 

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