Discurso al Pontificio Seminario Lombardo

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS
DEL PONTIFICIO SEMINARIO LOMBARDO EN ROMA

Viernes 27 de marzo de 1998

1. Con gran alegría lo acojo a usted, a los superiores y a los estudiantes del Pontificio seminario lombardo, y a cada uno le doy mi cordial bienvenida al Palacio apostólico. Le agradezco, monseñor rector, las palabras que acaba de dirigirme en nombre de los presentes. Queridos hermanos, me agrada particularmente encontrarme con vosotros en el marco del centenario del nacimiento del siervo de Dios Papa Pablo VI. Él pasó un período significativo de su formación en vuestro seminario, que, años después, llamado por la divina Providencia a guiar la Iglesia universal, definió con estas palabras: «El seminario lombardo tiene un espíritu propio, un estilo propio, una pedagogía propia, pues, de una tradición, de una escuela, de una experiencia muy larga (...) deriva su arte de formar a los que en él ponen su confianza, no ya como huéspedes y extraños, sino como miembros, como hijos, como herederos de una tradición que no en vano procede de los santos titulares del Seminario: san Ambrosio y san Carlos» (Discurso a los superiores y alumnos del Pontificio seminario lombardo, 15 de junio de 1965: Insegnamenti di Paolo VI, vol. III, 1965, p. 605).

Ciertamente, también en la escuela del seminario lombardo, y gracias a su espíritu eclesial, Pablo VI maduró el amor al Evangelio y a la Iglesia, que distinguió toda su existencia.

2. Al encontrarme con vosotros hoy, amadísimos hermanos en el sacerdocio, quisiera saludar, a través de vosotros, a vuestros obispos, que muy oportunamente os han pedido que prosigáis la formación intelectual, espiritual y pastoral aquí en Roma, centro de la cristiandad. La Iglesia necesita ministros competentes, dotados de sabiduría divina, de la sabiduría que toma forma y rostro en la persona de Jesús (cf. 1 Co 1, 24). En nuestro tiempo, en que la comunidad eclesial italiana va promoviendo su «proyecto cultural» encaminado al diálogo con los hombres contemporáneos, vuestro ministerio de presbíteros exige una adecuada preparación doctrinal y ascética. No estáis llamados a dar al mundo oro y plata, sino la única riqueza que la Iglesia posee, el Evangelio de su Señor (cf. Hch 3, 6). Como se comprende fácilmente, esto requiere un ministerio cualificado y actualizado, que sepa conjugar el rigor científico con el horizonte del amor a Cristo, la búsqueda de la verdad con el testimonio de una vida según el Evangelio, y el anuncio de la fe con la caridad que brota de la vida de Jesús y que constituye el criterio último de valor de la existencia y del ministerio sacerdotal.

Los años que pasáis en Roma son, pues, una ocasión privilegiada para profundizar los vínculos que, como ministros de Cristo, establecéis con la Iglesia universal y la sede de Pedro, y también el singular servicio a la verdad que desde esta ciudad se difunde a todo el mundo. Roma tiene la prerrogativa única de expresar al mismo tiempo la dimensión diocesana y la universalidad. Ciertamente, la experiencia romana ocupa un período relativamente breve de vuestra misión presbiteral. Como dijo el mismo Pablo VI al colegio lombardo, «ya participáis desde ahora, aunque sea sólo con el corazón, en el ministerio que se os encomendará. Esta gravitación hacia el futuro (...) es también una fuerza, y se llama amor, se llama fidelidad, se llama servicio, se llama vocación, se llama sacrificio. Cada uno tiene el suyo. Esta es la dinámica de un seminario, y el Lombardo la vive» (Discurso a los superiores y alumnos del Pontificio seminario lombardo, 15 de junio de 1965: Insegnamenti di Paolo VI, vol. III, 1965, p. 607).

Por tanto, ojalá que la experiencia de estos años os lleve a incrementar el amor a vuestras diócesis y, a la vez, la comunión de toda la Iglesia católica. Amadísimos jóvenes, ofreced por las personas que serán encomendadas a vuestro cuidado pastoral el sacrificio de pasar ahora la mayor parte del tiempo en la soledad de vuestra habitación y sobre los textos de estudio. Durante estos años de formación no estáis viviendo un ministerio sacerdotal infecundo, porque, a través de la oración y el estudio, vais conformándoos cada vez más a Cristo, para servirle fielmente en la Iglesia. Por tanto, sed generosos y abrid vuestro corazón a la gracia divina. Se beneficiarán de ello vuestro apostolado y toda la Iglesia, en la que habéis sido elegidos y ordenados.

3. El seminario, con su estilo de comunidad presbiteral, os ayuda a experimentar a diario que vuestro ministerio tiene como condición la vida fraterna y la comunión de vuestra vocación.

Una comunidad de sacerdotes jóvenes es algo muy diferente de una simple estructura dedicada a brindar hospitalidad: la experiencia de la vida comunitaria, en quienes la viven con intensidad, alimenta un espíritu auténticamente eclesial, y así llega a ser para ellos una valiosa verificación del camino de crecimiento en la obediencia a la voluntad de Dios y en el servicio a los hermanos. Ayuda, además, a comprender que los primeros beneficiarios de su ministerio son aquellos a quienes el Señor pone diariamente a su lado, compartiendo sus mismos esfuerzos por el Reino.

4. Este período de formación, en los últimos años del siglo XX, marca para cada uno de vosotros un itinerario espiritual que constituye una preparación aún más exigente para vuestro futuro apostolado. En efecto, sois los presbíteros del tercer milenio. Preparaos para prestar vuestro servicio ministerial con una generosa pasión por el Evangelio, unida a un amor ilimitado a Cristo, camino, verdad y vida. Ojalá que el tiempo cuaresmal, que estamos viviendo, os ayude a comprender cada vez mejor el valor y el sentido de vuestra misión.

El seminario lombardo, situado junto a la basílica de Santa María la Mayor, ofrece a sus huéspedes la oportunidad de recurrir constantemente a la Virgen, Madre de Dios. Invocadla, queridos hermanos, para que os acompañe en vuestra formación cristiana y sacerdotal y atraiga para vuestro ministerio presente y futuro la abundancia de la gracia del Espíritu Santo, que obró en ella el misterio de la maternidad divina. María os ayude a perseverar con fidelidad y alegría en el seguimiento de Cristo y a alimentar constantemente una entrega fructuosa a la grey encomendada a vosotros.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros y a quienes os guían, así como a vuestros familiares y seres queridos, una especial bendición apostólica.

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