Discurso del Papa Benedicto XVI al Señor Francis Martin-Xavier Campbell, nuevo embajador del Reino Unido, 23 de diciembre de 2005
DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SEÑOR FRANCIS MARTIN-XAVIER CAMPBELL,
NUEVO EMBAJADOR DEL REINO UNIDOViernes 23 de diciembre de 2005
Excelencia:
Me alegra darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ante la Santa Sede. A la vez que le agradezco el saludo que me trae de su majestad la reina Isabel II y de su Gobierno, le pido que transmita mis mejores deseos y mis oraciones por la paz y la prosperidad del reino.
La Santa Sede valora mucho sus relaciones formales con su país, restablecidas en 1914 y elevadas a pleno rango diplomático en 1982. Estas relaciones han hecho posible un significativo grado de cooperación al servicio de la paz y la justicia, especialmente en los países del mundo en vías de desarrollo, donde el Reino Unido ha desempeñado una función de guía en los esfuerzos internacionales para combatir la pobreza y la enfermedad.
A través de iniciativas como la Facilidad financiera internacional, el Gobierno de Su Majestad ha dado pasos concretos para promover la realización oportuna de los Objetivos de desarrollo para el milenio. Especialmente en África, muchos se han beneficiado de las decisiones de ayuda tomadas en julio durante la cumbre de Gleneagles, cuando el grupo del G-8 se reunió bajo la presidencia de Gran Bretaña. Pido a Dios que esta solidaridad efectiva con nuestros hermanos y hermanas que sufren se mantenga y desarrolle en el futuro.
Como dijo mi venerable predecesor, el Papa san Gregorio Magno, "cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia" (Regula pastoralis, 3, 21, citada en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 184).
Como usted ha afirmado, señor embajador, su país no es ajeno a la disensión originada por las lamentables divisiones dentro del cristianismo. Las heridas producidas en más de cuatro siglos de separación no pueden curarse sin esfuerzos decididos, perseverancia y, sobre todo, oración. Doy gracias a Dios por el progreso que se ha logrado durante los últimos años en los diversos diálogos ecuménicos, y aliento a todos los que están comprometidos en esta tarea a no contentarse nunca con soluciones parciales, sino a perseguir con decisión el objetivo de la plena unidad visible entre los cristianos, de acuerdo con la voluntad del Señor para su Iglesia.
El ecumenismo no es simplemente una preocupación interna de las comunidades cristianas; es un imperativo de caridad, que expresa el amor de Dios a toda la humanidad y su plan de congregar a todos los pueblos en Cristo (cf. Ut unum sint, 99). Ofrece un "signo luminoso de esperanza y consuelo para toda la humanidad" (Carta del Papa Pablo VI al Patriarca ecuménico Atenágoras I, 13 de enero de 1970) y como tal desempeña una función esencial para superar las divisiones entre las comunidades y las naciones.
A este respecto, me complace destacar el significativo progreso que se ha logrado durante los últimos años para alcanzar la paz y la reconciliación en Irlanda del Norte. Las Iglesias locales y las comunidades eclesiales han trabajado mucho para superar las divergencias históricas entre sectores de la población, y uno de los signos más visibles de que ha aumentado la confianza mutua es el reciente desarme del Ejército republicano irlandés. Esto no habría sido posible sin los inmensos esfuerzos diplomáticos y políticos para lograr una solución justa de este añoso conflicto, y esto honra mucho a todos los que estaban implicados.
Lamentablemente, a raíz del atentado perpetrado en Londres el pasado mes de julio, su país aún tiene que afrontar actos de violencia indiscriminada dirigidos contra los ciudadanos. Deseo asegurarle el continuo apoyo de la Iglesia en la búsqueda de soluciones a las tensiones subyacentes que dan lugar a esas atrocidades. La población católica en Gran Bretaña, marcada ya por un alto grado de diversidad étnica, desea desempeñar su papel de favorecer la reconciliación y la armonía entre los varios grupos raciales presentes en su país. Sé que el Gobierno de Su Majestad reconoce la importancia del diálogo interreligioso; agradezco la apertura que el Gobierno ha mostrado hacia las comunidades creyentes involucradas en el proceso de integrar los elementos cada vez más diversos que constituyen la sociedad británica.
La tolerancia y el respeto de las diferencias son valores que el Reino Unido se ha esforzado por promover, tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas; derivan de un aprecio de la dignidad innata y de los derechos inalienables de toda persona humana. Como tales, están profundamente arraigados en la fe cristiana.
Usted ha hablado de la importancia que tiene para el Reino Unido permanecer fiel a las ricas tradiciones de Europa, y esta fidelidad implica naturalmente un profundo respeto a la verdad que Dios ha revelado acerca de la persona humana. Esto nos exige reconocer y proteger la santidad de la vida, desde el primer momento de su concepción hasta su muerte natural. Nos exige reconocer el papel indispensable del matrimonio estable y la vida familiar para el bien de la sociedad. Nos obliga a considerar cuidadosamente las implicaciones éticas del progreso científico y tecnológico, especialmente en el campo de la investigación médica y la ingeniería genética.
Sobre todo nos impulsa a una comprensión adecuada de la libertad humana, que nunca puede realizarse independientemente de Dios, sino sólo cooperando con su amoroso plan para la humanidad (cf. Homilía en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre de 2005). Para que la tolerancia y el respeto de las diferencias beneficien de verdad a la sociedad, han de construirse sobre la roca de una auténtica comprensión de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y llamada a participar en su vida divina.
Excelencia, confío en que la misión diplomática que comienza hoy sirva para fortalecer las buenas relaciones que existen entre el Reino Unido y la Santa Sede. A la vez que le expreso mis mejores deseos para los próximos años, le aseguro que los diversos dicasterios de la Curia romana están siempre dispuestos a proporcionarle ayuda y apoyo en el cumplimiento de su misión. Sobre su excelencia y sobre todo el pueblo de Gran Bretaña e Irlanda del Norte invoco cordialmente abundantes bendiciones de Dios.
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