Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los miembros de la familia religiosa Orionina, Martes 28 de junio de 2005
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA RELIGIOSA ORIONINA
Martes 28 de junio de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
Con gran placer me encuentro con vosotros, la víspera de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles, y os saludo a todos cordialmente. Gracias por vuestra presencia. Saludo, en primer lugar, a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a las autoridades y a las diversas personalidades presentes. Saludo, en particular, a don Flavio Peloso, que durante algunos años trabajó en la Congregación para la doctrina de la fe y ahora es superior general de los Hijos de la Divina Providencia, y a sor Maria Irene Bazzotto, madre general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, así como a los representantes del Instituto secular y del Movimiento laical orionino, que forman la familia orionina, organizadora de esta manifestación querida en años lejanos por su mismo fundador, san Luis Orione, quien afirmó: "La fiesta de san Pedro es la fiesta del Papa" (Cartas II, 488).
Saludo, asimismo, al señor Ernesto Olivero, fundador del SERMIG-Arsenal de la paz, al doctor Guido Bertolaso, jefe del departamento de la Protección civil italiana, y a cuantos, también mediante la televisión, se unen a este testimonio de devoción filial al Pastor de la Iglesia de Roma llamado a "presidir en la caridad" (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 1, 1).
Queridos amigos, esta tarde habéis organizado una singular "fiesta del Papa" para llevar, como decía don Orione, "a numerosos corazones al corazón del Papa", renovando así vuestro acto de fe y de amor al que la divina Providencia ha querido que fuera Vicario de Cristo en la tierra. Además de la intervención de don Flavio Peloso, a quien doy las gracias cordialmente, he escuchado con gran atención las palabras de san Luis Orione. Habla con mucho afecto de la persona del Papa, reconociendo su papel no sólo en el seno de la Iglesia, sino también al servicio de toda la familia humana.
"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). Con estas palabras Jesús se dirige a Pedro después de su profesión de fe. Es el mismo discípulo que después lo negará. Entonces, ¿por qué, lo llama "roca"? Desde luego, no por su solidez personal. "Roca" es más bien nomen officii; es decir, no se trata de un título de mérito, sino de servicio, que define una llamada y un cargo de origen divino, para el que nadie está habilitado simplemente en virtud de su carácter y de sus propias fuerzas.
Pedro, que al dudar se hunde en las aguas del lago de Tiberíades, se transforma en la roca sobre la que el divino Maestro funda su Iglesia. Esta es la fe que queréis reafirmar renovando vuestra adhesión al Sucesor de Pedro. Estoy seguro de que también esta gozosa y multiforme manifestación artística y espiritual, para la que habéis venido de varias naciones del mundo, os ayudará a crecer en el amor y en la fidelidad a la Iglesia y en la dócil obediencia a sus pastores, siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de vuestro santo fundador. El Papa os agradece vuestras oraciones -las necesito-, y vuestro afecto, y os expresa su aprecio por las numerosas obras de bien que, en Italia y en el mundo, realizáis con espíritu eclesial. "Hacen falta obras de caridad -afirmaba san Luis Orione-; son la mejor apología de la fe católica" (Escritos 4, 280). En efecto, esas obras traducen, y en cierto modo revelan, en la historia humana, la gracia de la salvación, de la que la Iglesia es sacramento para todo el género humano.
Esta tarde habéis querido centrar vuestra atención en un aspecto particular del ministerio del Sucesor de Pedro, el de ser "mensajero de paz". Es una tarea específica, que guarda relación con la consigna de Jesús a sus Apóstoles en el Cenáculo: "Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo" (Jn 14, 27). El compromiso de la Iglesia en favor de la paz es, ante todo, de índole espiritual. Consiste en indicar que Jesús, el Resucitado, el Príncipe de la paz, está presente, y en educar en la fe, de cuyos manantiales brotan fecundas energías de paz y reconciliación. Debemos dar gracias a Dios por los proyectos y las obras de paz que las comunidades cristianas, los institutos religiosos y las asociaciones de voluntariado realizan con tanta vitalidad en todas las partes del mundo.
¡Cómo no aprovechar vuestra presencia para rendir homenaje a los numerosos y silenciosos "constructores de paz" que, con su testimonio y su sacrificio, se esfuerzan por promover el diálogo entre los hombres, por superar todas las formas de conflicto y división, y por hacer de nuestra tierra una patria de paz y fraternidad para todos los hombres! "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9). ¡Cuán actual y necesaria es esta bienaventuranza!
Queridos amigos, seguid ofreciendo, cada uno en su campo y según sus posibilidades, vuestra colaboración a la salvaguardia de la dignidad de todo hombre, a la defensa de la vida humana y al servicio de una firme acción de auténtica paz en todos los ámbitos sociales. Os dirijo esta invitación especialmente a vosotros, queridos jóvenes, que habéis venido en gran número: gracias por vuestro compromiso.
Mi amado predecesor Juan Pablo II, cuya causa de beatificación se inicia precisamente en este momento, solía repetir que los jóvenes sois la esperanza y el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Por tanto, ojalá que en el corazón de cada uno crezca cada vez más la voluntad de construir un mundo de paz verdadera y estable.
Encomiendo estos sentimientos a la intercesión de san Luis Orione y sobre todo de la Virgen María, Reina de la paz. Que ella bendiga y apoye los esfuerzos generosos de cuantos se dedican incansablemente a la edificación de la paz sobre los sólidos pilares de la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Acompaño estos deseos con la seguridad de un recuerdo especial en la oración, a la vez que de corazón imparto a todos la bendición apostólica
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