Encuentro con el Cuerpo diplomático en la Nunciatura de La Paz

Autor: Juan Pablo II

 

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CUERPO DIPLOMÁTICO EN LA NUNCIATURA APOSTÓLICA

La Paz, Bolivia
Martes 10 de mayo de 1988

 

Excelencias,
señores, señoras:

1. Quiero manifestar mi viva satisfacción par encontrarme en esta ciudad de La Paz, con representantes de tantos países y Organizaciones internacionales, acreditados ante el Gobierno de Bolivia.

Las altas funciones diplomáticas que desempeñáis os hacen acreedores de nuestro respeto y de nuestra más atenta consideración. Sois en buena medida los depositarios de grandes esperanzas en orden a la anhelada construcción de un mundo en el que la paz, la solidaridad, la mutua cooperación y el entendimiento reciproco sean los cauces definitivos para lograr unas relaciones más humanas y justas en el seno de la comunidad internacional. A esta noble labor, que merece admiración y gratitud, habéis consagrado vuestras capacidades y esfuerzos, puestos a prueba continuamente en el ejercicio de la no siempre fácil profesión diplomática. En realidad, la índole misma de vuestra vocación os convierte en artífices de entendimiento y concordia entre las naciones para que reine la paz.

Pero la aspiración humana de paz entre los pueblos no es una simple dádiva al alcance de la mano, sino que es fruto de una decidida voluntad y de un permanente esfuerzo por parte de todos. En un mundo como el nuestro, en el que la estabilidad y la paz de las naciones se ven amenazadas frecuentemente por intereses contrapuestos, la labor del diplomático adquiere un destacado relieve en las relaciones internacionales, tanto a nivel bilateral como multilateral. Si bien las decisiones últimas están en manos de los hombres de gobierno, la actividad del diplomático –informando con veracidad y precisión, orientando hacia caminos de solución, creando puentes de diálogo, negociado y entendimiento– representa un medio insustituible en el orden internacional. “En este mundo dividido y turbado por toda clase de conflictos –señalaba en mi última Encíclica Sollicitudo Rei Socialis– aumenta la convicción de una radical interdependencia y, por consiguiente, de una solidaridad necesaria que la asuma y traduzca en el plano moral. Hoy quizá más que antes, los hombres se dan cuenta de tener un destino común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos” (Sollicitudo Rei Socialis, 26). 

2. El valor supremo de la paz, del que habéis de ser promotores convencidos, defensores infatigables y restauradores cuando sea el caso, creo que ha de colocarse entre vuestras prioridades como profesionales de la diplomacia. Deseo recordar a este respecto, los principios de reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva en las relaciones internacionales que fueron objeto de mis reflexiones en un discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (Discurso a los miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 2 de enero de 1985, n. 3).

Son principios válidos para toda la comunidad internacional y, particularmente, para la comunidad de naciones que forman el llamado continente de la esperanza. Las raíces históricas, culturales, lingüísticas y de fe que les son comunes, han de ser robustecidas con el fin de que se vayan corroborando más y más en América Latina los valores espirituales y morales que configuran más auténticamente el origen y vocación de unos pueblos jóvenes, llamados a tener un indudable protagonismo en la escena mundial.

3. La paz, a cuya causa todos debemos dar nuestra aportación, no se alcanza por la via de la intransigencia ni de los egocentrismos nacionales. Por el contrario, sí se logra y afianza a través de la comprensión de unos con otros. Por otra parte, dicha comprensión se hace más fácil y fructífera cuando surge de un espíritu sincero de solidaridad; de esa solidaridad que hermana a todos los hombres que habitamos este mundo, destinado por el Creador para que todos podamos participar de sus bienes en forma equitativa.

Sólo así, sobre el fundamento de la justicia y de la solidaridad, y con el esfuerzo de la comprensión mutua, es posible sentar las bases estables de equilibrio para edificar una comunidad internacional sin permanentes y graves zozobras, sin dramáticas inseguridades, sin conflictos de irreparables consecuencias. Sólo así podrán hallar adecuadas soluciones los problemas latentes en diversas partes de Latinoamérica, con ciertas disputas fronterizas o la cuestión de la mediterraneidad de Bolivia.

4. Vosotros sois protagonistas en la construcción de una comunidad internacional responsable y solidaria, que pueda vivir en laboriosa armonía y en fecunda seguridad; un concierto de naciones en el que todos los hombres y todos los pueblos puedan realizarse en plenitud: tanto en el enriquecimiento de los valores del espíritu, como en el desarrollo de mejores condiciones de vida material. En efecto, la paz, que es esencialmente obra de la justicia, encuentra su camino y su fortalecimiento en la promoción del desarrollo. Pero no de un desarrollo que se limite al crecimiento económico cuantitativo, sino que acelere, sobre todo, la promoción social integral, bajo las formas de una mejor distribución de la riqueza y una elevación de las condiciones de vida –espiritual y material– de cada hombre y de todos los hombres.

La extrema pobreza que todavía soportan muchos países es una afrenta para toda la humanidad. Las diferencias abismales entre países ricos y pobres es incompatible con los designios divinos de una justa y equitativa participación de todos en los bienes de la creación. Además, el subdesarrollo, como bien sabéis, es una de las causas de la grave inestabilidad social y política de muchos países que lo sufren. Es un hecho que dichos factores de inestabilidad afectan no sólo a los países menos avanzados, sino que también es semilla de otros conflictos más amplios que pueden poner en peligro la paz internacional.

5. Entre esos factores de inestabilidad que hoy afligen al mundo, y muy en particular a las naciones en vías de desarrollo, figura el oneroso peso de la deuda externa. El desequilibrio entre el monto de esa deuda y la capacidad de pago de la misma; la diferencia entre las sumas otorgadas a los prestatarios y las utilidades reclamadas por los acreedores, están ocasionando un gravísimo daño a muchos países pobres. El enorme peso de aquella deuda coloca a esos países en peligro de frustrar sus legítimas aspiraciones al desarrollo que les es debido.

La Santa Sede no puede por menos de alentar todas aquellas iniciativas encaminadas a resolver, según criterios de justicia y equidad, este grave problema, cuyas consecuencias afectan sobre todo a los más pobres y desposeídos.  

Excelencias, señoras y señores:

Puedo asegurarles que en la Santa Sede encontrarán siempre un atento interlocutor en todo lo relativo a la paz mundial y a los problemas que conciernen a la comunidad internacional. Al finalizar este encuentro deseo agradecer vivamente vuestra presencia, a la vez que expreso mis más sinceros votos por la prosperidad integral de vuestros países, por la consecución de los objetivos de las instituciones que representáis, por el éxito de vuestra misión en Bolivia y por la felicidad de vuestros seres queridos.

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